Asistimos perplejos a una guerra, justo en el patio trasero. Una guerra que se va alargando en el tiempo, que se va ensanchado, que va dejando una terrible estela de destrucción, de desplazados. Y se ha conseguido simplificar el conflicto, reducirlo a una lucha de bueno contra malos. O contra Putin, que se convierte así en la personalización del mal: mucho más sencillo de explicar.

Pero una guerra es cualquier cosa menos sencilla. Y sobre todo si hablamos de una guerra como esta, en Europa, con la OTAN (EEUU) implicada, con Rusia enfrente y China mirando de soslayo, con cuestiones económicas estratégicas como el grano, el petróleo o el gas. En esta guerra hay demasiadas cosas en juego como para permitirnos simplificarla.

En este contexto tan militarizado los excesos del gasto militar se han disparado. En nuestro país se ha ido aumentando el gasto militar, incluso con el gobierno en funciones: se han aprobado 4.340,42 millones de euros de nuevo gasto militar. Un importe superior a la suma de presupuestos aprobados de los ministerios de Agricultura, Cultura, Igualdad, Política territorial, Universidades, Presidencia y Consumo juntos.

El total del gasto militar representa más del 1,5% del PIB: 16.868 millones de euros. Conviene recordar que no hace tanto parecía que las sociedades iban a dedicar sus prioridades económicas a reforzar su sistema sanitario, a luchar contra futuras pandemias y contra la crisis climática. Y nos vemos justamente con lo contrario: debilitamiento de la inversión en Sanidad o en Investigación. ¿Qué nos ha pasado para que la praxis presupuestaria vaya en dirección contraria?

Pues muchas mentiras, de momento. Como decía: una simplificación tremenda del conflicto de Ucrania, escondiendo los intereses económicos y geoestratégicos que los diferentes actores tienen. Y los gobiernos, unos y otros (aquí no hay ideologías) han escamoteado la verdad a sus ciudadanos. Siempre se ha dicho que la verdad es la primera víctima en una guerra. Y así ha sido.

El problema es que esta situación nos resulta cómoda. Quiero decir que como ciudadanos nos es más cómodo vivir en esta simplificación. Porque la complejidad nos obligaría a leer, a contrastar, a buscar distintas fuentes, a romper los bloqueos informativos, a mirar en los presupuestos y no en los discursos. ¿Alguien prefiere eso?

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