Es fácil posicionarse en las guerras, porque ya nos van diciendo, desde el comienzo, quienes son los buenos, quienes son los malos. Pero las guerras modernas (supongo que todas a lo largo de la Historia) sólo son una escenificación de sucios e inmensos entramados económicos. Muy sucios y muy inmensos. Estados Unidos envió a Ucrania montones de millones de dólares. Trece mil. A cambio, Volodímir Zelenski (que por cierto: era actor, tal vez aún lo sea) liberó la venta de tierras fértiles. Se calcula que actualmente las compañías agrícolas extranjeras acaparan más de la mitad de las tierras en ese país: 17 de los 32 millones de hectáreas. Aparecen por ahí nombres como Monsantos, que posiblemente termine cultivando en esas tierras los OGM que no puede cultivar en Europa. Por ejemplo.

BlackRock es otro nombre oscuro: es un fondo de inversión con sede en Nueva York participado, entre otros, por Dupont, Monsanto o Cargill. Empresas todas ellas muy interesadas en hacerse con tierra fértil en Ucrania. Además, BlackRock ha sellado con el actor un programa para la reconstrucción después del conflicto. Eso son muchos millones de dólares. Muchos. Ni que decir que todo esto obligará a Ucrania a fijar planes de austeridad que mantendrán a sus ciudadanos asfixiados durante décadas.

Esa guerra, la de Ucrania, parece que ya va terminando. Por la sencilla razón de que se han quedado sin proyectiles. Perdió muchos espectadores cuando Israel se puso en plan genocida. Y recordemos que una guerra es una escenificación: sin público no es lo mismo. La mayor parte del dinero público de Estados Unidos o Europa que se ha inyectado en este país ha vuelto a los países de origen, esta vez a manos privadas: el mercado armamentístico y sus juegos de trileros. Te doy dinero para que me pagues las armas. Todo bien.

Sólo queda hablar de los actores secundarios: los muertos, los civiles y soldaditos que caerán en este conflicto. Y los refugiados, hasta siete millones y medio, que han tenido que huir del conflicto. Muchos de los cuales no volverán jamás. Pero ya digo: actores secundarios, necesarios para que la escenificación se vea creíble y el público se emocione. Y para que, emocionados, no nos fijemos en las tramoyas de este asqueroso negocio que es una guerra, geoestrategia financiera para seguir enriqueciendo a los mismos indeseables de siempre.

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