Me van a permitir que hoy dedique este breve comentario a un recuerdo lleno de afecto y admiración a dos ángeles que hace pocos días subieron al cielo, arrastradas por maligna enfermedad. A la vez que aplaudimos, con todo orgullo, a los sanitarios, Policías, agentes de la autoridad y a silenciosos e innominados ciudadanos que continúan, en primera fila, trabajando por nuestra salud, nuestra mirada se vaya a un convento onubense junto al Santuario de la Cinta, donde han recibido cristiana sepultura dos religiosas oblatas de Cristo Sacerdote, que durante años residían y vivían su fe y su sacrificio en la clausura, a la luz y cercanía de la Patrona de Huelva. Uno de esos dos ángeles que volaron desde el Conquero era la madre Pilar, superiora del convento. La otra, una de las hermanas oblatas. Conocí bien a la madre Pilar, a la que visitaba con frecuencia tras las rejas del locutorio. Pilar era una oblata en toda la extensión de la palabra. Culta, sensata, agradable, moderna en comprender la vida de hoy, que tantas veces analizábamos, en charlas donde con sus palabras y pensamientos nos confortaba sobre las muchas circunstancias del mundo actual. Una mujer entregada a su vocación, con profundidad de pensamientos y un conocimiento de las cosas que muchos creerían imposible para su estancia conventual en la clausura. Hablábamos de los amigos, de familias conocidas, de la política tan difícil a veces de comprender, del maravilloso sentido de la oblación que el fundador de su orden les dio.

Recuerdo el día que le llevé algunos ejemplares de mi libro titulado Camino de santidad, donde traté de plasmar la vida y obra de don José María García Lahiguera, nuestro inolvidable obispo, durante su años al servicio de la diócesis. Con qué alegría recibió mi sencillo trabajo en favor "del Padre", como siempre le llamábamos. "Este libro -me dijo- es un regalo de Huelva, lleno de amor a quien tanto se entregó e hizo espiritualmente por ella".

El paso de García Lahiguera por nuestra tierra dejó inmensos frutos que se fueron haciendo realidad. El mejor, la implantación del convento de las Oblatas, primero en la calle del Puerto y luego en ese cielo onubense que es el Conquero al lado de nuestra Patrona, la Virgen de la Cinta.

María del Pilar llenó la clausura en compañía de todas las religiosas, de una entrega total en la oración por su principal petición: "Que haya buenos y santos sacerdotes". Hoy, la sonrisa "del Padre" ya es real para ellas, como premio a sus vidas y vocación.

En este mes de mayo tan difícil que padecemos, dos palomas de pureza y santidad volaron al cielo. Sus cenizas en tierra onubense será semilla de santidad para todos.

Madre Pilar, gracias por tu amistad, por tus consejos y por tu ejemplo que es hoy un orgullo para todos quienes aprendimos una senda en la palabra y santidad de aquel fuera nuestro obispo y amigo.

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