Dice el célebre juez de menores don Emilio Calatayud que si quieres tener un hijo delincuente nunca le digas que no a nada. Esto lo sabe cualquier padre o madre. Si no reconduces los instintos y las torpezas de un hijo y le das todo lo que pides tendrás un niño malcriado que cuando llegue a la mayoría de edad, sólo dieciocho años, será ya irrecuperable. Habrá alcanzado un punto de no retorno. Pues eso mismo es lo que los españoles, a través de los partidos que hemos votado en los últimos cuarenta años, hemos hecho con ese monstruo nacionalista que amenaza con romper todos los tiestos de la casa y tirar los tabiques de la misma, con lo que se nos viene encima es el derrumbe mismo de la casa. En un muy mal entendido sentido de la concordia y de la convivencia le hemos dado todo lo que han pedido y cuando digo todo, digo todo. A la vista está el resultado de esta ciega y torpe manera de actuar, de esta suicida manera de entender la convivencia. Todo ha sido inútil. No querían prebendas especiales, no querían las mejores habitaciones de la casa, querían la casa y mandarnos a los demás a freír espárragos.

Y seguimos. En el debate de los portavoces parlamentarios intervinieron, cómo no, los nacionalistas. A un debate anterior a unas elecciones generales, que se celebran en cincuenta y dos provincias, van dos partidos que se presentan en cuatro. Partidos, repito por enésima vez, cuyos votos valen cuatro veces más que los de los otros partidos. Con la mitad de votos consiguen el doble de diputados. Un regalo más al que ahora nos responden quemando las calles, tratando a los catalanes no nacionalistas peor que los nazis a los judíos y amenazando y escupiendo a troche y moche. Es el hijo delincuente del que hablaba el juez Calatayud que le pega a su madre porque no le da dinero para droga. Fue fantástica la respuesta de un portavoz a uno de los nacionalistas cuando este dijo que había que formar una mesa de diálogo con participación nacional, internacional y local. La mesa que hay que constituir, le respondió, es la formada por jueces, fiscales, policías y guardia civil. Pues claro que sí. Ya lo dijo el presidente Mitterrand: "El nacionalismo es la guerra", ya la hemos visto en las calles, de momento. O lo que afirmaba el presidente De Gaulle: "El nacionalismo es el odio a los demás". O lo que pensaba Juan Pablo II cuando decía que "el nacionalismo es degeneración de la convivencia y una forma nueva de paganismo". Pues nada, Constitución, Constitución y Constitución y marginar a los que pactan y mercadean con ellos porque usted y yo, lector, somos dueños de toda España, junto a todos los españoles. Nadie es propietario exclusivo de su paisaje. Y punto.

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