Cuando ya la primavera ha cumplido su primer mes de camino en busca de ese esplendor florido que su aroma nos depara, llega cada año ese aniversario cervantino que nos recuerda una fiesta llena de conocimientos, cultura y diversión en alas de la literatura. Celebramos la Fiesta del Libro. Creo que es una fecha necesaria, primero por lo que significa de exaltación de la lectura, cosa tan necesaria hoy en que los sistemas digitales ahogan ese placer de leer en papel, de hojear un periódico donde la impresión de los temas con su olor as tinta recién nacida, nos devuelve una sabia que poco a poco se está perdiendo.

Me gusta degustar un escrito con el sabor de su tema dormido en las hojas. Me agrada recrearme con el tacto del papel, pasando páginas y volviendo sobre las mismas en un recreo permanente de lo leído. Todo libro es un pequeño monumento de vida. De una vida que se detiene en el tiempo y que aguardan la mano generosa que abra su interior para recrear la inspiración de un autor, que se convierte en la más bella cómplice de la vida silenciosa que anida entre las líneas de un escrito.

Hoy la juventud, parte de ella, vive de espalda a la lectura seria, profunda y bella que ofrecen las horas de ocio. Los libros electrónicos, modernos, cómodos, luminosos, son como los robot de un estilo de lectura que vuelan al compás de los nuevos tiempos.

El escritor de vocación es como un padre que hace nacer a sus hijos en el silencio de su trabajo literario. Siempre oí decir que sembrar un árbol, tener un hijo y escribir un libro, es la meta más hermosa para el hombre y también para la mujer Por mi parte he cumplido fielmente los tres mandatos y mi alegría es ver cada primavera cómo florecen las flores o los arboles que un día deposité en una tierra querida con ilusión de esperanza. Alegría de contemplar a mis hijos que me continúan en la ley divina que alarga nuestra especie y finalmente cuando paso por delante de las estanterías de mi biblioteca, contemplar las portadas de mis numeroso libros, donde dejé reflejadas horas de mi vida, recuerdos compartidos y vivencias llena de ilusiones y conocimientos sobre la Historia, me llena de satisfacción. Es como si yo mismo me hablara en una conversación muda, sin sonidos, donde las letras encerradas en su cárcel de hojas blancas, quisieran seguir el dialogo que un día dejamos, quizá sin terminar.

Creo que ahora, en estas fiestas de la Feria del Libro, nuestro homenaje se extiende a la Librerías, a la Bibliotecas, a sus cuidadores y dueños que con su cariño, entrega y a veces muchos sacrificios, son los que riegan cada hora con su trabajo, la permanencia de algo que debería ser eterno en el hogar, en la memoria y en nuestra admiración: los libros.

Un libro, por viejo que sea, tiene fragancia joven de vida.

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