Cuando llegan estas fechas del año que termina, parece que los sentimientos se nos hacen más vivos, como si florecieran los ecos del pasado, con todo el encanto de los recuerdos que no mueren. Si existiese el milagro de la máquina del tiempo y volviéramos a mediados del siglo pasado, nos sorprenderíamos al contemplar la Huelva de ayer. La máquina del tiempo existe en todos los seres. Basta con entornar los ojos y volar a otra época onubense.

Se acercaba la Navidad. Hacía más frío que ahora. En las esquinas el humo de los puestos de castañas tostadas formaba una nube de grato y conocido aroma. El alumbrado de la calle Concepción, siempre llena con los paseos de la tarde, nos anunciaba la fiesta. En los domicilios, colegios y templos se mostraban los Nacimientos, de eternas figurillas de barro, entonando un tiempo de paz y amor.

Los bares nos citaban al calor de las reuniones. Luis Carmago, en su freiduría La Cinta, nos ofrecía sus suculentas pavías; en La Esquinita te espero, Ramón nos recibía en la ventana con rejas de la cocina, dejando en todo el ambiente de La Placeta el aroma de los chocos bien fritos. Al regreso, en nuestro hogar, la copa (el brasero) nos aguardaba para calentar el ocio nocturno y embelesarnos con los fandangos que Radio Huelva nos brindaba en sus concursos anuales de los programas presentados por Manuel Zamorano. La Campaña de Navidad estaba en marcha y muchos jóvenes nos apresurábamos a prepararla, en los ensayos para la función benéfica en el Gran Teatro, bajo la dirección del maestro Prat al piano y el empeño de Angelines Ruciero de hacer estrellas de bailes regionales a las jóvenes onubenses, mientras los niños cantaban villancicos y aporreaban, más que tocaban, las zambombas y las panderetas.

Siempre recordaré a mis queridas amigas, corazones entregados a la caridad a través del arte escénico y la danza, como María Rosa Losada, Carmen Prat, Ofelia Ferrándiz, Isabel Seiquer, Salud Silva, Carmen Lore o la buena voluntad de mis compañeros, Antonio Peña, Manolo Marín, Custodio Rebollo, en la dirección del programa a presentar o en la adaptación de Cuentos Navideños que yo escribía para su interpretación.

El tiempo navideño, de diciembre, siempre llegaba con alegría en la vuelta a casa por las vacaciones universitarias y aquella Huelva, tan distinta de la de hoy, creaba un marco especial propio de unos años en que la ciudad estaba despertando a un futuro que ya vivimos hoy. Todo se preparaba en torno a unos días donde la liturgia se nos hacía, en las ceremonias religiosas, más intima, más alegre en la venida del Niño Dios.

Huelva era un gran Portal de Belén para todas las almas que vivían la grandeza de una solidaridad compartida con fe y devoción. Otros tiempos sencillos, sin complicaciones, en los que la juventud nos llenaba el corazón de esperanzas y de ilusiones. Era una época en que disfrutábamos, con todas nuestras fuerzas, de aquel anuncio celestial que pregonaba bajo las estrellas: "Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad".

Y es que buena voluntad existía.

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