Desde la ría

José Mª / Segovia

Junto al mar

Cuando el mes de agosto toma la cuesta abajo camino de su fin, son muchas las cosas que ya han quedado impresas en nuestra mente y también en los corazones.

La luna de verano iluminó nuestro mar y en el cielo la emularon los serpenteantes colores de los fuegos artificiales que firmaron la alegría de la fiesta por multitud de nuestros pueblos.

Cuando llega este tiempo, me gusta bajar a la playa y, sentado junto a la orilla, contemplar la inmensidad del mar que tantos recuerdos me trae.

Cada mes tiene su color, su tonalidad, su reflejo, y esa luminosidad cambiante que se desgrana como las cuentas de un rosario anual.

Todavía ayer, la caída del sol sobre el horizonte se hacía más lenta; hoy acelera su marcha, parece como si quisiera decirnos que el estío ha tomado su camino de vuelta.

Mis veranos en la bella localidad de Punta Umbría están llenos de recuerdos muy unidos a su tradición local. La presencia de la procesión marítima siempre se me hace como una oración salada de luz y de amor devocional. Las calles están llenas y se respira la alegría de un mes que es todo para nuestro pueblo marinero. Por la noche, en la calma del verano, mil firmas coloreadas como ráfagas de piropos marianos dibujan en el cielo sus efímeros caminos de una ruta sin retorno.

Vamos a entrar en la última semana agosteña. El mes de septiembre nos trae otra luz, otro eco de un verano que se acaba, una esperanza en que las cosas mejoren y un oscuro miedo en la tenaza cada vez mayor de la crisis que vivimos.

Por la Rábida, el eco devocional de la Virgen de los Milagros es una poesía renovada con ecos de romería, con sabor de historia, con el dulce embeleso de unas emociones fielmente sentida por el pueblo palermo.

Vuelvo a la playa. Es por la tarde, cuando el astro rey quiere ocultarse entre resplandores rojizos en la infinita lejanía del mar.

La arena ya no es candente. Tiene una suavidad de un terciopelo mojado por la espuma de las olas. La noche se acerca más deprisa. Algunas parejas de jóvenes alargan sus sueño del verano, llenos de promesa y de futuro.

Un perro blanco, manso, dócil de ojos tristes, se detiene ante mí. Me mira. Espera una caricia. Parece decirme que la soledad de la playa es un poema sin música del alma. Tal vez, sólo con la letra del corazón.

Me gustan estos últimos días de agosto, pero me dan tristeza. Son como la vida misma, llenos de tenue luminosidad, pero con anuncio fijo e inalterable de que todo tiene su fin.

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