Pese a los cambios, a los tiempos y a las costumbres, existen algunas que se mantienen dentro de su idiosincrasia tradicional.

De nuevo llega el Día de los Santos Inocentes, que nos recuerda un hecho testificado en la Historia, sucedido en el siglo I. Una fecha que atendiendo al significado de la palabra hemos perpetuado y unido a las bromas y sorpresas.

Usted también está incluido, como yo, en el calificativo que cada 28 de diciembre volvemos a sacar del olvido y airear.

Si volvemos la vista atrás, recordaremos cuantas inocentadas hemos compartido con amigos, compañeros, vecinos y conocidos, sorprendiéndonos gratamente del candor que llevamos dentro los humanos para caer en esta tradicional trampa.

Lo que me admira es cómo al cabo de veintiún siglos seguimos siendo tan inocentes, como aquellos niños que cayeron bajo la criminal dureza de Herodes.

La prensa española ha seguido esta tradición de escribir algunas exageraciones de fácil aceptación. Y eso es lo grande. No me explico cómo dedicamos especialmente un día a las inocentadas, cuando las inocentadas nos las están dando todos los días los políticos de turno, la bolsa, la economía y hasta la cesta de la compra.

En tiempo electoral las palabras de los candidatos se vuelven discursos de auténticas inocentadas, que desgraciadamente algunos se creen. Quizás las cosas estén cambiando, pues ya no es tan fácil tragarse las inmediatas soluciones que nos proponen de la mejora de la economía, el trazado de carreteras y puentes, subidas de sueldo justas y efectivos amparos a jubilaciones, de acuerdo yo diría que con los Derechos Humanos, limpieza de corrupciones, etcétera, etcétera, etcétera (sí, tres veces).

Todos estamos expuestos a las inocentadas de estos días, que comienzan en el recuerdo un 28 de diciembre y terminan otro igual del próximo año. ¿Somos auténticamente inocentes o nos hacen serlo a sabiendas de que la vida es así y hay que aguantarse?

El aguantaformo en las dictaduras es una manera de vivir a la fuerza.

El aguantaformo en las democracias es una imposición comúnmente aceptada en las urnas.

Tenga cuidado, que el Día de los Inocentes está ya aquí.

Antes, el inocente estaba marcado, sin él saberlo, con un lárgalo colgado en la espalda. Hoy el lárgalo del engaño y de la sorpresa lo llevamos ya en el ADN del tiempo que nos ha tocado vivir.

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