Mi amigo Ángel (75 años) viaja hoy a Houston, donde permanecerá tres meses liberado de obligaciones laborales para sumergirse en un curso intensivo de inglés y retomar una afición de su juventud, la pintura, aparcada durante muchos años por la falta de tiempo y sosiego. Estos mismos días Ildefonso me envía un escrito, firmado por Humberto Finol, que habla de un grupo de personas que ronda los cincuenta, sesenta, setenta, y que "sencillamente no tienen entre sus planes actuales la posibilidad de envejecer", recuerdan la juventud sin nostalgias, celebran el sol cada mañana, sonríen para sí mismos muy a menudo y hacen planes con su propia vida, no con la de los demás. Algunos ocupan el caudal de tiempo libre que la jubilación ha puesto a su disposición ofreciéndolo para tareas solidarias que hacen nuestro mundo un poco mejor; otros, lo llenan con actividades de carácter cultural que enriquecen su vida y ponen estética y reflexión en la de la comunidad.

Estas personas saben que lo más importante no es el tiempo que les queda por vivir, sino la densidad vital que consigan imprimir a cada día de sus existencias. No son unos inconscientes pero actúan, como decía Groucho Marx, como si fueran a vivir siempre, estando, si no, dispuestos a morir en el intento. Es evidente que hay que buscar para ellos una designación distinta de la de viejos o ancianos, en las que todavía en el día de hoy se encasillan.

Ante esta realidad, una de las normas que habría que revisar es la de la limitación para acceder a determinados puestos de responsabilidad en algunas entidades a partir de una cierta edad. Aunque por mi parte no tengo planes de optar a ninguno de esos puestos, me siento personalmente discriminado. Es paradójico que se estudie el adelanto de la mayoría de edad legal para los jóvenes, o que se establezcan medidas para favorecer una mayor participación de la mujer en distintos ámbitos de la vida pública e incluso de la empresa privada, mientras se penaliza a las mujeres y los hombres que alcanzan una franja de edad, sin tener en cuenta que una forma de vida más saludable y los adelantos de la medicina han ampliado el número de mayores activos, que se encuentran en la plenitud de su madurez. Por otra parte, prescindir de la acumulación de conocimientos y experiencia acumulados a lo largo de toda una vida supone un despilfarro que nuestra sociedad no se puede permitir.

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