Febrero es un mes que se trunca en la hoja del almanaque cuando las conjeturas de espacio y tiempo le roban días.

Pero ese vacío que nos deja cojo de fechas lo recubre en multitud de aconteceres que nos llenan el corazón de vivencias.

Todavía se hace larga la espera de la Cuaresma penitencial, hasta marzo, pero la alegría de la vida se transforma en coplas, en humor, en una concepción satírica de la vida que le llaman Carnaval.

En febrero, los templos se renuevan de música religiosa, de quinarios nazarenos, de oraciones cofrades que quieren atisbar ecos de procesiones callejeras.

Esas son las dos caras de la moneda. Una que ríe y goza. Otra medita y sufre. Es como un reloj que gira y gira y siempre pasa y repite las mismas horas.

Nuestra ciudad quiere despejar de sus hombros la capa del invierno que la atenaza con la niebla, el frío y la poda de los jardines que esperan su resurrección.

El invierno es como esa concha de mar enterrada bajo la arena de la esperanza, soñando que llegue el agua de la primavera y le vuelva a descubrir la maravilla de una vida nueva, con sol, con luz, con besos de olas blanquecinas que la devuelvan a su paraíso de profundidades.

A muchos les parece febrero un mes impersonal, casi impuesto a la fuerza entre sus hermanos que le ganan en todo, hasta en número de horas, de días, de noches. Yo siempre veo en este mes el paréntesis del año que espera la llegada de acontecimientos ya perdidos en la distancia del nacimiento de un nuevo año.

Cualquier cosa, cualquier hecho, cualquier rumor puede tener su poesía escondida.

Nos gusta ocultar las cosas y a veces es porque no sabemos despertarlas.

Tenemos que hacer nacer la fuerza de la vida, desterrar a esos espíritus que se empeñan en buscar un bien que no hallarán y un camino que no existe. Son como almas desnudas y errantes con sombras de culpas y amargos rictus de placeres perdidos.

Este año febrero, nuevamente, nos roba días. Quiere marcharse antes, para dejar paso a una letanía de esperanzas que suban la escalera de un cielo azul para estrenar una estación florida.

Dicen que febrerillo es un mes loco. Creo que la locura puede estar en nosotros, que no le comprendemos.

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