Estepicursores

En la Sierra ya hay senderos tan concurridos que apenasse distinguen de un paseo por la calle Concepción

Por si alguna vez se lo han preguntado, a las bolas esas rodantes que salen en las pelis del oeste, a medio camino entre una planta y una pelusa gigante, se las llama estepicursores. No es que yo lo sepa porque sí, claro, sino porque lo he buscado en Google, que aunque es verdad que los periodistas somos muy listos, tampoco es que lo sepamos todo. Un estepicursor, en concreto uno de esos que en las películas pasan, miran a cámara un momento y luego siguen su camino, es lo único que le faltaba a la desoladora escena con la que me topé hace unos días mientras echaba un vistazo en las redes sociales. La imagen había sido tomada en El Rocío y en ella aparecía un tipo durmiendo la mona en el porche de una casa tradicional de la aldea, acostado sobre un viejo sofá adornado con botellines de cerveza y vasos vacíos. Torso desnudo, pantalón largo y chanclas y, para hacerlo todo aún más metafórico, un cartel de Se vende al fondo. Solo faltó, les decía, la bolita rodante en la puerta para poner la guinda a una foto que resume a la perfección en qué nos estamos convirtiendo. Hasta qué punto estamos destrozando la esencia de las cosas hasta hacerlas irreconocibles.

Habrá quien esté pensando ahora: mira este, qué puritano. Pero no van por ahí los tiros, no, que si por mis cristianas maneras se me conoce poco, por mi rocierismo, aún menos. De lo que estoy hablando es de esta inclinación nuestra, aún más intensa desde la dichosa pandemia, de robarle la identidad a todo lo que manoseamos en nombre del sacrosanto turismo. De que, entre los botellones, las casas discoteca, las fiestas de fin de año y el postureo, al Rocío solo le faltaba Maluma paseando a caballo para dejar de ser El Rocío. Hablo de que ahora hay que esperar cola para cruzar un arroyito en la Sierra, de senderos que, de concurridos que están, ya no se distinguen de un paseo por la calle Concepción. Hablo de que la ría del Piedras lleva más tráfico un domingo cualquiera que el Ganges el día de tosantos y de que hay pueblecitos marineros que, por dejar de ser, ya no son ni pueblecitos ni son marineros, que díganme ustedes entonces qué gracia tiene. Digo que entre la ambición desmedida de unos cuantos y la estupidez absoluta del resto, estamos dejándolo todo que, como aquella España de Alfonso Guerra, no la va a reconocer ni la madre que la parió, y cuando eso ocurra, el turismo que de verdad interesa dejará de ir al Rompido, porque ya no es El Rompido, o a la Sierra, porque ya no es la Sierra, ni al Rocío, que últimamente es de todo menos El Rocío. Creo que de tanto exprimir el limón, y de hacerlo tan rápido, nos estamos quedando sin zumo, y cuando no nos quede más remedio que comernos la cáscara, lo haremos con cara de amargados, preguntándonos cómo hemos sido tan absolutamente idiotas. Mirando cómo ruedan los estepicursores ante las desérticas puertas de los hoteles vacíos.

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