Cuando imagino la sociedad del período Neandertal, hace más de cincuenta mil años, no la percibo muy distinta de la actual en España. En algunas cuevas existirían hombres y mujeres que amaban a su familia y a sus tradiciones, que defendían el orden social, que trabajaban en paz y no se metían con nadie. Familias que respetaban lo heredado de sus antepasados, que honraban a los muertos, a todos, y miraban al cielo cada anochecer y cada amanecer con una mirada mezcla de esperanza e inquietud. A estos los llamaremos los diestros. De igual modo, en las cuevas de al lado vivían otros grupos familiares. Estos se caracterizaban por estar todo el día enredando entre ellos y contra los demás. Les molestaban las palabras paz, trabajo, familia, respeto por el prójimo, aceptación del orden y de la ley. Estos dedicaban todas sus jornadas a meter el dedo en el ojo ajeno. Andaban siempre diciéndoles a los demás lo que tenían que hacer. Trataban siempre de prohibir lo que no les gustaba y procuraban que todos los demás entrasen por el aro de sus ocurrencias. Y pasaban de los muertos, de los antepasados y, aún más, de aquellos miembros de la tribu que habían caído en combate contra tribus ajenas que durante años mataron a los mejores de entre ellos. Hablamos de los que llamaríamos los zurdos del Neandertal.

¿Y por qué mi imaginación se ha disparado al disponerme a teclear este artículo? Pues por el homenaje recién celebrado a las víctimas del terrorismo en el Congreso de los Diputados, como cada 27 de junio, en memoria del primer asesinado por el terrorismo sito en las provincias vascongadas. No me llamaron la atención ni las presencias ni las ausencias. Sí me dieron arcadas cuando al final del discurso de María del Mar Blanco, en nombre de las víctimas del terror, permanecieron ostentosamente sentados algunos diputados y diputadas. Más de ochocientos españoles vilmente ejecutados, cobardemente asesinados, no es una cifra suficiente para que el diputado Rufián y la diputada Montero tengan un gesto de cortesía, de mínima educación, de elemental sensibilidad con esas toneladas de dolor acumulado por la barbarie asesina sobre la tierra y el alma de España. Esta es la izquierda paleolítica e hispanófoba que hoy se pasea por España. Ni es toda, claro está, ni siempre fue así. Ahí está, en la historia reciente, el magisterio de hombres como De los Ríos, Besteiro, Hernández, Gómez Llorente, Tierno, García Calvo, Mugüerza, Leguina y tantos otros, imposibles de enumerar, que defendieron y defienden sus ideas con nobleza personal, con decencia intelectual y con un imprescriptible amor a España. Nada parecido a esto de hoy.

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