Cadáveres, conciencia, Europa

El drama del Estrecho será recordado por las próximas generaciones con vergüenza

Es como un broma macabra, un goteo hiriente sobre nuestra conciencia europea, un despertador ético que cada mañana, cuando suena la radio, nos advierte que aparecieron dos cadáveres más en la playa, en Caños de Meca, en ese Estrecho que ha sido la tumba de más de 6.700 personas en las últimas tres décadas. Recuerdo que hace unos años, en Huelva, las organizaciones humanitarias se concentraban en la Plaza de Las Monjas cada vez que aparecía un cadáver. Se dejó de hacer porque eran demasiados. Y porque nuestra conciencia se fue acostumbrando a la muerte.

En estos años hemos escuchado muchas historias reales de estas personas que se cruzan África, expuestos a mil penalidades, dejando amigos enterrados atrás, gastándose un dinero que no tienen y jugándose la vida en cada frontera. Hemos visto películas, documentales, leído libros. Hemos llorado cuando el drama nos rozaba, cuando los muertos eran rostros conocidos, cuando la playa era una playa conocida, cuando los bebés, o las madres embarazadas, o los rostros de miedo conseguían atravesar el blindaje de nuestra conciencia. Pero nada ha cambiado. Bueno, sí: las fronteras son más impermeables, las vallas más altas y peligrosas, las lanchas en que cruzan más escuálidas, los riesgos más elevados. También, claro, hay más medios para tratar de sacar a estas personas vivas del mar. Más centros de acogida. Pero los cadáveres se han ido sumando, de manera insistente. La razón, sin entrar en matices embusteros, es muy simple: Europa ha decidido que estas personas se jueguen la vida cruzando el Estrecho en arriesgados y carísimos viajes, en vez de dejar que lo hagan en ferrys que cruzan todos los días, por apenas 30 euros, sentados en la cubierta de un barco, a salvo.

Los matices embusteros que decía: nuestra seguridad, nuestro bienestar, nuestro nivel de vida. Excusas para negar un derecho básico: el de buscar un lugar mejor en el mundo en que estar a salvo y encontrar un sustento. Eso mismo que hacen en la actualidad miles de ciudadanos europeos por el mundo, sin tener que saltar por encima de ninguna concertina ni pagar a ningún traficante, pero que alegremente negamos a otros continentes. Podemos seguir disimulando, pero el drama del Estrecho será recordado por la próximas generaciones con vergüenza y muchos se preguntarán cómo Europa pudo permitirlo, cómo Europa pudo provocarlo.

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