Para qué voy a votar si todos los políticos son iguales? Es una de las preguntas que aparecen con frecuencia a mi alrededor, y que suelen provenir de un “proyecto” de abstencionista; también hay desertores del sufragio sin preguntas previas. La idea que subyace a esa duda podríamos deducir que es la de una presunción de inutilidad de la acción política, incluso la de un reproche a aquellos vecinos y vecinas que se vinculan con la política de partidos, pero me atrevo a decir que va algo más allá. Lo que acompaña a esa pregunta además de desencanto es un escaso interés por el bien común, por las cosas de todos, un marcado personalismo frente a lo comunitario, un ¡sálvese quien pueda! tan propio de estos tiempos.

La abstención el pasado domingo se ha situado en el 36,07 %, la cuarta más alta de la democracia, algo que pasa casi desapercibido debido a lo acostumbrado que estamos. Para colmo aquellos Distritos con la menor participación vuelven a ser los más empobrecidos, escasos de recursos y de voz, necesitados de representantes que protejan sus derechos ¿Cómo solucionamos esto?

Es cierto que existen tendencias, campañas y grupos que desincentivan el voto de manera interesada. También lo es que descubrir apaños o escuchar la bajeza de los debates públicos genera desesperanza y nos hace desconfiados. No podemos esconder el hecho de que la atomización de iniciativas de izquierdas entristece y empobrece, sobre todo a sus correligionarios. Pero a pesar de todas estas piedras en el camino en los últimos años hemos presenciado en España debates sobre leyes que han hablado de vivienda, de salud y de blindaje de servicios públicos, de igualdad de oportunidades, de salarios justos y derechos laborales, ¿no nos parece brega suficiente? Podremos estar a favor o en contra de las soluciones propuestas, pero ¿no son los temas a abordar? Pues parece que no, constato que nada de eso pesa mucho en la balanza de ir o no ir a votar, ni siquiera para decidir el sentido del voto de quienes sí participan. El ¿para qué voy a votar? extraído como excusa de los discursos catastrofistas, de bulos y de mentiras, no para de crecer, y se convierte en abstención, cuando no en voto de castigo.

Si nuestros privilegios o nuestros miedos son nuestra única bandera, lo público se empobrece y con ello las estructuras que protegen la justicia social. No hay mejor solución que la democracia, y el voto, y lo colectivo.

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