La Huelva de... Juan Carlos Castro Crespo - Pintor

"El barro para modelar lo cogíamos de las cunetas por donde corría la lluvia"

  • Pintor, profesor de instituto, doctor en Bellas Artes, miembro de la Academia de las Ciencias y las Artes de Huelva, es de los que gustan tener las manos manchadas de creación

Juan Carlos Castro Crespo es hoy un pintor y escultor consagrado, catedrático de Bellas Artes, pero sobre todo es un artista, al que le gusta mancharse las manos de pintura, de creación. El camino siempre difícil, para él fue algo más fácil. Se orienta en esto, sin intención alguna, viendo a su padre, Juan Castro, que se encargaba de todo lo concerniente a actividades artísticas del Ayuntamiento. Los fines semanas se pasaba ocupado pintando y modelando en casa, tenía un taller de muñecas de cartón piedra, una pequeña factoría y Juan Carlos participaba en esa elaboración, eran moldes de escayola, con cartón fallero, una vez armadas su madre las vestía y las llevaba a vender a una tienda de la calle Concepción, unas seis a la semana, allí había un centro de turismo de apoyo al mundo artesanal.

Aprendió así, sin pretenderlo, su padre era una persona rápida, eficiente, emprendedora, en su trabajo destacaba por la perseverancia y la improvisación, no como algo no previsto, sino como un juego para salir de la monotonía, él lo tenía todo medido pero incorporaba algo sobre la marcha. Cogía su caballete y se iba a los alrededores de la barriada de José Antonio donde vivían. Aquello era todo campo, cuando llovía se podía ver un gran arco iris completo sin interrupción por ninguna casa. Con el buen tiempo acompañaba a su padre a pintar en el campo, emulaba lo que hacía. Aun se conservan un par de obras de aquel tiempo, cuando tenía seis años. Su padre, era oficinista en el Ayuntamiento, pero pronto se dan cuenta de su valía artística, era cuando hacía la cabalgata de Reyes Magos en el Frente de Juventudes. En el Ayuntamiento se encargará además de la Cabalgata de todo lo concerniente a a las fiestas.

Era un tiempo de carestía en lo que se refiere a materiales, Juan Carlos Castro cogía el barro para las figuras que modelaba de las cunetas, de las canalizaciones por donde corría el agua de lluvia. Era arcilla con las que hacía las figuras para el Belén que metía en la cocina económica de su madre. En aquellos años bajaba poco al centro de la ciudad, sólo lo hacía en tiempo de vacaciones que iba con su padre al Ayuntamiento, allí le ponía unos copiados y unas cuentas. Su padre iba a la iglesia de San Francisco, "era un socialista convencido de la labor cristiana, de comunión diaria, de hacer labores sociales, de arreglarle la casa a gente necesitada, de dejar que se instalaran en las colombinas algunos gitanos sin que tuvieran que pagar nada". Murió el día de San Sebastián y media plaza de la Merced estaba llena para su entierro, había mucha gente agradecida. "Mi padre era un socialista que no comía de la política ni jugaba al golf, aunque tenía el carnet del Frente de Juventudes".

Juan Carlos Castro conoció bien Huelva de la mano de su padre, que cobraba unos tickets de hostelería a todos los bares y tabernas. Recuerda la antigua Pescadería, que olía a aguardiente y a pescado, a escama y a churros; los cuartos de redes entre taberna y tabernas, marineros con olor a aguardiente en esas típicas cantinas.

Entonces toda la Pescadería era como villa bidón, con casetas de latas de bidones, clavadas y blanqueadas, sobre tierra prensada. Recuerda junto al muelle de Riotinto a los que hacían las maromas con aquellas grandes ruedas de forma invertida, o los que elaboraban cajas de maderas con pino gallego clavadas con puntillas, eran verdaderos artesanos; es el olor perdido a salitre y marisma en el inicio de la Punta del Sebo.

Pero seguía conociendo Huelva, desde el Matadero a Viaplana al barrio de San Sebastián, recorriéndola a través de trochas y caminos, que era lo único que articulaba esa ciudad de cabezos en la Vía Paisajista y de callejones en La Joya o Palomeque.

En la Huelva de su adolescencia es cuando escucha a hablar de León Ortega, de Pepe Caballero, de Vázquez Díaz, con el que su padre tenía una buena relación por ser ambos de la Cuenca Minera.

Eran personajes que veía como algo lejano, el taller lo tenía en casa. Para ver modelar, para el aprendizaje todo lo tenía ahí y en los talleres municipales, mientras otros pintores estaban al amparo del taller de León Ortega. Entonces tenía el nivel de exigencia propio de un chaval que no necesitaba al lado a un Miguel Ángel. Su padre le preparó su estudio, a Juan Carlos no le faltaba nada y seguía por el camino de una formación autodidacta. No le ha gustado estar en colectivos, es más individualista, prefiere controlar el trabajo, hacerlo todo. Aunque sí visitaba a León Ortega cuando este tenía su estudio junto al Mercado de la Merced, donde Juan Carlos Castro vivía con sus padres. El escultor mantuvo una magnífica relación con Juan Castro, le cortaba y ensamblaba maderas en el almacén municipal.

Así que cuando llegó a la Facultad de Bellas Artes de Sevilla la mayoría de las cosas las conocía y su paso fue casi fugaz, hizo en uno los cinco años de la carrera, aunque a él lo que le hubiese gustado hacer era Arquitectura, donde iba bien en análisis de formas, geometría descriptivasý pero en cálculo, nada y se pasó a Bellas Artes. No pensó nunca en dar clases y menos al despedirse del instituto La Rábida cuando terminó el preuniversitario y al final lleva 34 años, cuatro en el Politécnico de La Rábida y el resto en Alonso Sánchez, sin olvidar su paso por la Universidad de Huelva. Lo animó un amigo cuando exponía en la galería Melkart de la calle Rosario en Cádiz, se presentó en septiembre y a los 15 días estaba dando clases. En el Ayuntamiento estuvo de los 18 a los 21 años modelando cabezas de gigantes y cabezudo para las fiestas y cabalgatas. A la muerte de su padre, en 1979, ocupó su puesto pero la incompatibilidad hizo que se dedicará definitivamente a la enseñanza y estuviera sólo un año.

Para, el pintor, para Juan Carlos Castro uno de los encuentros importante era la visita al médico Pepe Labrador, hijo de José María Labrador. Aquello era una galería permanente, me encantaba el colorido, me gustaba emular el color, era el primer contacto ajeno a mi padre". Más tarde otra referencia será exclusivamente los libros de arte. En esta ciudad pequeña había poco acceso a exposiciones de interés y veía muchos libros de arte, de los que hoy aun sigue teniendo bastante.

Recuerda que desde niño se inclina por las formas tradicionales de la figuración pero le hizo permanentemente un guiño la pintura moderna, los primeros cuadro que ve son de Pepe Caballero, fue un abanico que le pintó a su madre. Aquél abanico le fascinó, siguió el rastro de la pintura de Pepe Caballero a través de una tía que tenía dibujos del artista. Luego fueron exposiciones de adolescentes de Pilar Toscano, Juan Manuel Seisdedos y Orduña Castellano. Las veía, le llamaba la atención, pero lo que agarraba era el color de José María Labrador y el dibujo de Pepe Caballero. Cuando llega a Sevilla para estudiar "se me abre el mundo". Lo primero que ve es una exposición de Picasso en el Museo Contemporáneo, ahí es donde se confirma fuertemente seguidor de la pintura moderna. Allí tiene contacto con pintores como Pajuelo, Roberto Reina o Carmen Laffón; estos serán los primeros y cuando entra en la Facultad de Bellas Artes el discurso de su pintura se torna dentro de la pintura moderna contemporánea. Lo que hace es mirar atrás, buscando las corrientes no experimentales, es un pintor convencional, enormemente contemporáneo, porque no es un pintor experimental, de vídeos, formato digital o performance. Sigue como pintor al uso, con el soporte y la pintura, pero vigorosamente contemporáneo. Pone en duda algunas cosas que se da por buena en el arte, como unas zapatillas Nike en medio de una galería.

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