Historias del Nuevo Mundo con sabor a Huelva

Nuestra Señora de la Cinta, un galeón perdido entre papeles

  • Los propietarios bautizaban a sus barcos con las advocaciones cristianas de su predilección, con la esperanza de que les ayudasen a esquivar las desgracias que pudieran sobrevenirles

Mapa de América que incluye galeones navegando a su alrededor, por Joost de Hondt, siglo XVII. Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.

Mapa de América que incluye galeones navegando a su alrededor, por Joost de Hondt, siglo XVII. Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.

Los archivos, custodios del patrimonio documental, esconden mil y una historias entre sus legajos; mil y un testimonios entre los que se entrelazan las hazañas, las desgracias o el quehacer diario de cientos de individuos que un día fueron alguien, pero que hoy han caído en el olvido.

Algo similar ocurre los galeones que iban y venían al continente americano, de los que hoy apenas nos queda el recuerdo. La Casa de la Contratación hispalense organizaba su partida, aunque los barcos se reunían en el Golfo de Cádiz antes de enfrentarse al océano. Los onubenses se hicieron valer en estas empresas, ora fletando y guiando los barcos, ora invirtiendo en los negocios transoceánicos, ora nutriendo las tripulaciones y el pasaje. Era lógico, en consecuencia, que sus devociones encontraran cabida en los corazones de quienes viajaban y en los vehículos que les transportaban. A falta de una matrícula, los propietarios bautizaban a sus barcos con las advocaciones cristianas de su predilección, con la esperanza de que les ayudasen a esquivar las desgracias que pudieran sobrevenirles.

Hace unas semanas el patrón de “El Gaula” me confesó la importancia que tiene un nombre para un navío y eso debió pensar quien fletó el galeón “Nuestra Señora de la Cinta” o, mejor dicho, cada uno de ellos, pues fueron varios.

¿Se trataba de una devoción recurrente? Para nada. Apenas tres o a lo sumo cuatro embarcaciones durante la primera mitad del siglo XVII; ni antes, ni después. Casualidades o no, la Virgen de la Cinta era y es querida por los onubenses, por lo que su nombre bien pudo responder al deseo de su dueño. Lamentablemente los papeles no nos lo cuentan todo y no siempre es fácil averiguar el porqué de las cosas.

Sabemos, eso sí, que hubo un galeón “Nuestra Señora de la Cinta” que partió hacia América en la flota que se hizo a la vela en junio de 1608, aunque no hay constancia de que regresase. Quizás alargó su vida en aguas del Caribe pues la “Carrera de Indias” era muy exigente y este navío era ya viejo. La cuestión es que en 1610 otro galeón del mismo nombre y distinto del anterior también partió hacia el Nuevo Mundo. Volvió al año siguiente, se sumó a la flota de 1613 y regresó con las bodegas cargadas de oro, plata y mercancías. ¿Fue el mismo navío que cruzó el océano Atlántico en 1618, 1620 y 1621? No es probable, pues la norma establecía que los galeones que formaban la flota no superasen los dos años y, aunque los oficiales de la Casa de la Contratación se mostraban flexibles si el barco estaba bien, no era lo habitual.

¿Se subió a bordo García Hernández y su familia? Él era de Valverde, aunque se mudó a Villarrasa, donde se casó y nacieron sus hijos. En 1609 la familia disponía de licencias de embarque para Nueva España, pues se iban a reunir con un familiar en Puebla de Los Ángeles. No era, ni mucho menos, un viaje de placer: El hacinamiento y la falta de higiene eran algunas de las penalidades que tenían que soportar. La comida dejaba bastante que desear, pues sí al principio había cierta variedad con el paso de los días se iba haciendo monótona y escasa. Los bizcochos de pan duro, el “tocino añejo de Aracena”, la cecina de ternera, el queso y la mojama “de Conil” alternaban con guisos de legumbres secas con arroz, bacalao o tasajos de carne, que para eso llevaban aceite ajos y cebollas. Así lo sugieren algunos documentos relativos a esta flota. La “mazamorra”, una versión arcaica del gazpacho, ayudaba a mitigar el calor de los trópicos y unas gallinas y algún carnero vivo aportaban carne fresca y huevos. De postre higos secos, uvas y ciruelas pasas y, como complemento, unas almendras, harina, miel y azúcar con los que preparar algún dulce. ¿Hizo Leonor, la esposa de García Hernández alguna torta de alfajor?

Aparte del agua se bebía vino, un caldo joven que bien pudo ser vino blanco del Condado. Solía rebajarse con algo de agua y aderezarse con miel y algunas especias, sobre todo en la mesa de los oficiales. Algo parecido a un ponche, aunque la falta de melocotones frescos debió suplirse con algunas uvas o ciruelas pasas. De hecho, el rancho solía complementarse con aquellos alimentos que llevaban la tripulación o el pasaje en sus equipajes personales, como se documenta en el caso del almirante Juan Flores. Entre otros víveres se llevó para sus “camaradas” aceite y manteca para cocinar, más vino, aceitunas, alcaparras y alcaparrones.

Imaginemos al citado García Hernández en el galeón “Nuestra Señora de la Cinta”, disfrutando de esta suerte de ponche antiguo y de una torta de alfajor en compañía Gregorio Alonso Méndez, maestre del barco. Una cena especial mientras caía el sol, quizás cocinada por Leonor, en la que aflorarían los recuerdos a la tierra que dejaban atrás.

Próxima entrega: “GAMBAROS Y LANGOSTINES” EN AGUAS AMERICANAS

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