Cuestión de tono

¿Dónde están en TVE los acentos del Sur?

Jesús Quintero ríe con el público en la presentación de un acto de la Bienal de Flamenco en 2012

Jesús Quintero ríe con el público en la presentación de un acto de la Bienal de Flamenco en 2012 / Juan Carlos Vázquez

Cada vez que se inicia un programa de producción propia sucede lo mismo. El presentador o presentadora habla en un castellano neutro, que de neutro tiene bien poco. En la televisión que se hace en Madrid se escucha un castellano central, influenciado por el que se hablaba en aquellas provincias que formaban Castilla-La Vieja, la que estudiábamos en la EGB. No en vano cientos de periodistas abulenses, segovianos, palentinos, burgaleses o vallisoletanos acabaron en las redacciones de Cultura de TVE, dirigiendo áreas y canales, presentando programas especializados.

Pero qué pocos, por no decir ninguno, o por lo menos ninguno que haya querido mantener su acento de la tierra, a la manera del magnífico Jesús Vigorra, se ha plantado en Prado del Rey y echado raíces, marcando territorio (Quintero fue la excepción, Hermida la regla).

Máxim Huerta y Jesús Vigorra Máxim Huerta y Jesús Vigorra

Máxim Huerta y Jesús Vigorra / Javier Abad

Basta con repasar los nombres propios y los rostros de la cultura de la televisión pública para constatar cómo los acentos del sur fueron erradicados. Ojo, que cuando me refiero a acentos del sur apunto a casi media España, puesto que además de toda Andalucía incluyo, por supuesto, a Extremadura, a La Mancha entera, a Murcia, a todo el archipiélago canario, y Alicante, sobre la que debo matizar algo.

Allá por los años sesenta y setenta del siglo pasado se referían a la provincia que me vio nacer como el mejor detergente: había dejado limpia La Mancha. La inmigración hacia esta provincia, que hoy enfila hacia los dos millones de habitantes, fue vertiginosa. Ciudades como Elche y Alicante, que eran poblaciones de menos de cien mil habitantes, cuentan hoy con 235.000 y 335.000 respectivamente.

En lo que concierne a los acentos, la comarca de la Vega Baja, con su medio millón de residentes, habla con un deje murciano; lo mismo que Villena y Sax. Pues bien, todo ese arco enorme de acentos suaves, que se extiende desde Cáceres hasta Alicante bajando hasta las Canarias, y donde habitamos 16 millones de españoles, nunca nos vemos representados por los presentadores de la televisión nacional.

Manda el norte sobre el sur, que gana por goleada. Valga con citar algunos ejemplos entre los centenares que se podrían inventariar, centrándome en los territorios de la cultura. Eduardo Sotillos, Joaquín Soler Serrano, Concha García Campoy, Fernando Sánchez Dragó, Ángeles Caso, Jesús Marchamalo, Salvador García Valdés, Ramón Colom, Óscar López o Cayetana Guillén Cuervo. Encuentro asturianos, cántabros, catalanes, madrileños, puedo llegar hasta la abulense Elena S. Sánchez que presenta los coloquios de Historia de nuestro cine, sin encontrar en ningún momento comunicador alguno que practique los dejes del sur.

Lo mismo me ocurre con quienes dirigieron La 2 ayer u hoy, Salvador Pons, Clara Isabel Francia, Carlos Gortari, Manel Arranz, Samuel Martín Mateos: ni uno de más abajo de Madrid.

Que la cultura hable con ‘h’ aspirada y que de vez en cuando se pierdan sus eses finales es algo que debería entrar dentro de lo posible. Máxime en este mundo globalizado y mestizo. Sin embargo, en un proceso inconsciente, seguimos marginando al presentador que delante de una pantalla habla como se habla en Cádiz o en Granada.

Miremos cómo apoya incondicionalmente TVE al cine español que se produce en las distintas lenguas del Estado. Se da por hecho que la Corporación tiene que estar ahí, y el catalán, el gallego y el euskera suenan con toda naturalidad en las producciones que cada año son participadas por la televisión pública. Pero se da la paradoja que después, en los platós donde estas películas son promocionadas, no se escucha a un solo presentador que hable en cualquiera de los distintos acentos del castellano con los que nos comunicamos en nuestro día a día nada menos que 16 millones de españoles.

¿Se normalizará este extremo algún día?

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