Gentes de aquí y de allá

Alberto Díaz Brito: El peluquero de Punta Umbría

  • Pelaba a oriundos y a veraneantes, incluso sacó muelas sin anestesia y con aguardiente al final

Alberto Díaz Brito, el peluquero de Punta Umbría

Alberto Díaz Brito, el peluquero de Punta Umbría / M. G. (Punta Umbría)

Francisco Alberto es su nombre completo, aunque aquí en Punta Umbría todo el mundo lo conoce como Alberto el peluquero. Nació en Isla Cristina el 9 septiembre de 1939, recién acabada la Guerra Civil. Pero desde muy pequeño está vinculado a Punta Umbría, ya que se vino a vivir con su tío Laureano que se lo trajo una temporada. Luego se volvió de nuevo a Isla y su padre lo puso a trabajar en la barbería de El Piratita, en la céntrica calle del Carmen. Allí fue donde aprendió el oficio y donde se ganó la vida hasta que cumplió los 15 años, cuando se vino definitivamente a Punta Umbría, esta vez con sus padres.

Aquí en este pueblo solidario y acogedor al joven Albertito le dieron trabajo en muchas barberías. Así completó su formación, con Mariano, a quien apodaban El Colorao y que montó una taberna a la que le llamó La Zona por estar situada en la zona industrial y que sus hijos pusieron de moda por su buen hacer siendo un restaurante de mucha categoría y que en estos días hemos visto en su fachada un cartel de se vende, con lo que se nos va otra parte de la historia de este pueblo.

También trabajó con Paco Olivera y otro barbero de este pueblo, Antonio Cabrera, que tenía una peluquería en la calle Canoa que más tarde se la traspasó. Allí estuvo hasta que se compró un local pequeñito en la calle Combes Ponzone, junto al mercado de abastos. Y mientras se lo preparaban, se instaló en la calle Ancha en los pequeños locales que tenía Bartolomé Aragón, de quien hemos escrito recientemente por estar muy vinculado a Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca.

Mientras tanto, Alberto correteaba por las calles arenosas de este pueblo sin igual para ir a pelar a domicilio a todo el que se lo solicitaba. Y de esto me cuenta más de mil anécdotas. Una de ella fue cuando iba a pelar a la casa forestal, que en verano ocupaba el ingeniero jefe del distrito forestal y que un día le dijo “llégate a ver a Manolo Ríos (que entonces era el guarda forestal encargado de situar con estacas las parcelas de terreno que se concedían) y le dices que te ponga cuatro en el lugar que tu elijas”. El bueno de Alberto no se aprovechó de tal circunstancia y hoy mismo me ha dicho “fíjate Fernando lo inocente que era yo”.

Tenía tantos clientes que aprendió a pelar a una gran velocidad para atenderlos a todos

Ya instalado definitivamente junto al mercado en el año 1973, trabajaba tanto y tenía tanta clientela que no había más remedio que acelerar sus cortes de pelo. Tanto es así que adquirió el apodo de Alberto el rápido, aunque algunos jocosamente le llamaban el metralleta. A mí me gustaba ir porque en cuatro o cinco minutos estaba en la calle y, además, bien pelado. Dominaba su trabajo como nadie y a mediodía cuando cerraba se iba otra vez a callejear por esas arenas a pelar en muchos casos a una familia entera: padre, tíos e hijos, con lo cual se sacaba un dinerillo extra porque, según las tarifas, los pelados a domicilio se cobraban el doble. De esa época también cuenta una y mil historias que le sucedieron.

El pelaba a todos, lo mismo a la gente del pueblo que a los veraneantes, entre los cuales Alberto destaca a don Remi. Algunos veraneantes se pelaban al llegar a principio de temporada y ya no lo hacían hasta el momento de irse. Incluso hubo un señor que le contó que se volvió yendo por La Palma del Condado porque se dio cuenta de que no se había cortado el pelo y, una vez que Alberto lo “arregló”, emprendió de nuevo viaje hasta el verano próximo.

Le conté a Alberto que hace unos años se celebró en el hotel Barceló de Punta Umbría un congreso médico de cirujanos y que el presidente me invitó a que les diera una conferencia hablándole de la historia y curiosidades de Punta Umbría para que los asistentes se animasen a volver al pueblo. Yo acepté y me fui antes para oír la conferencia anterior a la mía, que trataba sobre la historia de la cirugía. Me sorprendió que el cirujano contaba que al principio, cuando no había universidades ni facultades de medicina, los que operaban eran los barberos. Y en efecto, Alberto me contaba que alguna que otra muela sacó él, sin anestesia ni nada, con unos alicates y luego un trago de aguardiente lo solucionaba. Incluso me dio nombre y apellidos de algunos pacientes. También, y eso lo he visto, él ponía inyecciones a sus vecinos. Alberto era una persona muy completa y muy querida en el pueblo y que derrochaba simpatía por donde iba.

En su local llegó a sellar las quinielas de fútbol, un negocio que traspasó a su hija

También tenía en su pequeño local la representación de las apuestas mutuas deportivas benéficas, las quinielas, donde todo el pueblo iba a sellar sus boletos y probar suerte. Al jubilarse, se quedó con el negocio de las quinielas su hija.

Él se casó aquí en Punta Umbría con su novia Lola, con la que tuvo tres hijos. Dos de ellos se les murieron, una niña pequeñita con 15 meses que se le fue en sus manos y, más tarde su hijo, con 50 años y también su mujer. Unas desgracias que tuvo que soportar como se soportan estas situaciones, con pena y resignación y a seguir “tirando pa’lante”. La única hija que le queda se casó y Alberto, en su soledad, se casó de nuevo con Herminia, con quien fue muy feliz hasta que ella falleció. Hoy vive solo en el centro del pueblo y sale todos los días a pasear.

Todo el mundo lo saluda con cariño porque es un hombre bueno. Y así fue como lo abordé y le propuse este artículo. Entramos en una cafetería donde hablamos largo y tendido, contándome anécdotas con unos alemanes que vivían en Punta Umbría y que iban también a su barbería y también de su clientela habitual, a la que yo conocí y para la que Alberto tuvo palabras amables.

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