El Malacate

Javier Ronchel

jaronchel@huelvainformacion.es

Nos vemos en La Palmera

La necesaria tala del ejemplar de la plaza Quintero Báez ha conmocionado a la ciudad y nos deja huérfanos a los onubenses, que debemos unirnos en el dolor también por esta tierra El Malacate: Un brillo digno para La Joya de Huelva El Malacate: Nueva embajada británica en Huelva

Vista general de La Palmera en una imagen de archivo.

Vista general de La Palmera en una imagen de archivo. / Josué Correa

Pocas cosas son capaces de conmocionar una ciudad, de remover sentimientos colectivos, recuerdos y espacios de encuentro. Y cuando esto sucede, parejo a una pérdida certera, deja en todos una desazón que poco consuelo encuentra. Acaso la resignación ante un hecho inevitable, ante el paso del tiempo, el suyo y el nuestro, a aceptar el pasado y aprender a mirar al futuro, que a veces no tiene por qué acompañarse de todo lo que nos ha definido en nuestras vidas.

A muchos onubenses les ha ocurrido esta semana. Casi se podría generalizar y decir que a la ciudad entera. Y a muchos de los que aquí vivieron y la miran en la lejanía. El viernes se anunció la necesaria tala de la palmera, la más antigua, alta y esbelta de Huelva. La que da nombre oficioso a la plaza Quintero Báez, que ha sobrevivido a varias generaciones como referente constante en el centro de la ciudad. Y que por seguridad debía ser retirada, para evitar una desgracia aún mayor.

Y este sábado, aún sin tiempo para abrir los ojos y saltar de la cama, nos hemos enterado que ya no está. De un modo u otro, hemos sentido que algo de nosotros se va con ella, casi como cuando perdemos a una persona que queremos, a alguien de la familia a la que siempre extrañaremos. Se nos va un trozo de todos nosotros, de quienes nos hemos criado y hemos crecido en la ciudad, pasando cada día a su lado durante décadas, tantas veces en plena carrera, a pie o en coche, metidos en la vorágine personal o laboral, pero siempre buscándola de reojo, comprobando que estaba ahí, que seguía con nosotros, para darnos tranquilidad. Como siempre desde que nacimos.

Estos días de temporal y borrascas, entre destrozos nunca vistos en Huelva y vídeos de redes sociales de caídas de árboles, también de palmeras entre gracietas cargantes, se hicieron virales fotos de La Palmera, la nuestra, la de Huelva, la de todos, para exhibir el orgullo local por un símbolo propio que seguía en pie mientras más de mil árboles caían en la ciudad. Con ella no pudo Bernard, se decía, sin saber que, efectivamente, sí pudo. Ha podido. Como sabíamos –pero no creíamos– que tarde o temprano iba a suceder, con o sin malos vientos. Y ha acabado por llevarse a nuestra centenaria palmera.

Algunos se preguntan ahora dónde se va a citar la gente e Huelva, como cuando hace 30 o 40 años los adolescentes quedábamos en ese punto de encuentro que bautizamos hace tiempo como La Palmera, por ser lo único que ha perdurado hasta ahora en ese punto durante 130 años de existencia en la ciudad.

Su vida ligada a todos en Huelva casi empezó con un indulto de un alcalde en una de las transformaciones urbanísticas de la zona, tras empezar creciendo en el interior de una vivienda.

Y fue así como Las Tres Calles, la Plaza del Bacalao, pasó con el tiempo a ser testigo de excepción de la transformación del centro de la ciudad, en un entorno clave, en la transición entre San Pedro, la Plaza de las Monjas y la calle San Sebastián. Y llegó Pablo Rada, y Quintero Báez se transformó de nuevo, pero la palmera siguió ahí para adoptar las mayúsculas de nombre propio, de la denominación del lugar por bautismo popular, aclamación de los propios onubenses que no podían entender (ni entenderán) una Palmera sin palmera.

Sabíamos –pero no creíamos– que tarde o temprano iba a suceder, con o sin malos vientos

No ha llegado ésta a conocer la nueva transformación de todo ese importante eje que la tenía a ella en el centro, como gran isla que merecía el mayor protagonismo en la ciudad, fluyendo toda la vida a su alrededor. Apenas ha llegado a saber de esa nueva calle Palos abierta al peatón, para disfrutar de su presencia, como aquellas casas bajas a los pies de la Vía Paisajista que se perdieron, y de esa vieja tasca de barra de formica y serrín se pasó a un restaurante de comida rápida que ahora recoge a los más jóvenes que años atrás se cobijaban junto a la estilizada palmera y sus enredaderas, ante una cabina telefónica, también desaparecida, que nos socorría ante una cita frustrada.

Entre recuerdos, particulares homenajes, propuestas para el tronco caído y el sitio huérfano, probablemente la mejor dedicatoria posible de los onubenses es que canalicemos todo ese sentimiento común hacia La Palmera y nos encontremos en ella para hacer fuerza colectiva y luchar. Más que por mantener vivo un símbolo perdido irremediablemente, por todo cuanto necesita Huelva para avanzar.

Son muchas las carencias y necesidades de esta tierra ante un futuro que debe ser encarado dejando atrás recuerdos para definir el progreso que esta tierra merece. Hay tanto por hacer, tanto por pelear, por movilizarse, por luchar y transformar, que todo ese potencial que concentra el recuerdo y sentimiento común de estos días debería transformarse para alcanzar otros lugares compartidos, que deben ser los que nos lleven a lograr nuestras demandas en diferentes ámbitos.

Si nos unimos con el mismo ímpetu y las mismas ganas, juntos, también frente al dolor compartido por ver una tierra que necesita de inversiones e infraestructuras para avanzar, sí que podremos afrontar con garantías grandes borrascas y fortalecernos para crecer con todo lo mejor, lo que merece esta provincia. Se lo debemos a La Palmera por el bien de esta Huelva que nos deja en herencia. Ahora nos toca a nosotros cuidar de ella.

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