Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

La trompeta del Búfalo

El Búfalo de Gernika me llevó al sitio de donde no quisiera salir nunca, entre aquellas cosas que realmente me importan

Vuelvo a mi sitio -o casi- sin el vértigo que daba lo de los domingos, que regresa a manos más expertas y cabeza mejor amueblada. Con el mismo ímpetu que cuando comencé y dispuesto a hacer algo más cercano, menos comprometido y más personal si me lo permiten. Esta semana lo he tenido más fácil de lo normal y me excusarán esa licencia pero qué quieren, desde el domingo no me sale otra cosa, a lo mejor porque en cuanto levanto la cabeza de eso, el panorama me asusta más de lo que debería, que es mucho, se lo aseguro. Es de esos días en los que uno se levanta pensando en un asunto tan trivial como un partido de fútbol, igual que aquellos días en los que no pasaba casi nada y nos debatíamos entre eternas polémicas que eran sustituidas por otras igual de efímeras pocos días después.

Conste que La Cartuja nunca me pareció un estadio con fuste. O se juega al fútbol, o se hace atletismo, pero lo que es bueno para este no lo es para el primero. Desde el domingo, para mí tiene la misma tradición que Maracaná.

Y es que fue una noche muy especial, llena de recuerdos de años junto a esta peña que nos regala esos momentos que son complicados de explicar. El pitido final me cogió en el suelo. Eva a punto de llamar al 112 o al 091 según pasaban los minutos. Una llamada de teléfono con mi hermano tan inútil como que ninguno fue capaz de articular palabra alguna. No hacía falta. Llega unos meses después de que el club me mandara una carta que conservaré mientras viva, en la que se me concedía un escudo en oro por los 25 años como socio. Cinco lustros de recuerdos de mi aita, de noches épicas, de fracasos vividos en silencio y de una eterna justificación de por qué somos como somos, algo tan sencillo de explicar como que porque no queremos ser de otra manera.

Y en eso llegó el Búfalo trompeta en mano. No me negarán que alguien que se lleve semejante instrumento a una final de fútbol no tiene arte, algo a lo que ayuda las pintas del susodicho. Reconozco que durante ese tiempo no pensé en la ruina que tenemos encima, no supe cuál era la polémica gravísima que había originado el vicepresidente del Gobierno y no me importó nada la última insensatez de la presidenta de la Comunidad de Madrid; las cifras de contagiados las dejaba para el día siguiente, la crisis económica podía esperar unas horas, las peleítas habituales ocupaban su sitio en la carpeta de Intrascendentes. El Búfalo me bajó a la tierra y, aunque no lo crean, me llevó a un sitio del que no quiero salir, en el que vive lo realmente importante. Ya vendrá la realidad a toparse con mi camino, a contar enfermos y muertos. Por ahora, a vivir el sueño.

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