Es cuanto menos sorprendente la insistencia con que el terrorismo y los terroristas han cobrado protagonismo en esta campaña electoral. No lo digo solo por los años que han pasado desde que una banda de asesinos abandonó las armas, o por la temeraria frivolidad con que se emplean términos que tanto sufrimiento han causado y tantas heridas personales y familiares aún arrastran. Lo que desespera y revuelve las tripas es la utilización interesada del dolor ajeno, aunque sepamos desde hace tiempo que las víctimas suelen demostrar mucha más dignidad y lucidez en sus juicios que quienes dicen representarlas.

Pero si de terroristas se trata, quizás haya que arrancarse el velo de los ojos y señalar, con vergüenza y convicción a partes iguales, la existencia de otras víctimas y otros terrorismos menos visibles.

Invisibles y olvidados son los más de cien mil que después de tantas décadas siguen en las cunetas, víctimas de la maquinaria terrorista del Estado franquista; solo Camboya nos adelanta en esta triste contabilidad de asesinatos y desaparecidos, ha dicho la ONU. Invisibles e ignorados son también los miles de bebés (unos treinta mil, denuncian las asociaciones) que fueron robados a sus familias biológicas, una trama en la que la represión dejó paso sin inmutarse a un lucrativo negocio, y donde ni la justicia se atreve a meter mano. Invisibles, sin rostro y a menudo sin nombre, son los migrantes que pierden la vida a las puertas de Europa (mil quinientos en el Mediterráneo el año pasado), una buena parte de ellos en nuestras mismas costas, en nuestras bellas playas. Invisibles, tras dolorosas cifras, son las mujeres y niños víctimas de la violencia machista: muertes cada vez más discutidas, sepultadas tras escombros de bulos y fáciles mentiras. Invisibles, también, los fallecidos en accidente de trabajo, víctimas de una ecuación siniestra donde precariedad y siniestralidad van siempre unidas, víctimas de una reforma laboral que legaliza la explotación y el sufrimiento.

Muchos muertos incómodos, demasiado dolor acumulado. Terrorismo, sí, porque arrastra a personas inocentes que han conocido lo que es el horror, porque se alimenta de violencia, porque nos sumerge en un olvido intencionado y malicioso.

Recuérdenlo antes de acatar el silencio, o de caer en la trampa de la amenaza y el miedo, ante fantasmas que no existen, pero convienen. Solo así, bien lo sabemos, se vence al terrorismo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios