Señor Juez, necesito que nos ayude a mí y a mi hermana, que nos escuche…”. “Es muy doloroso reabrir una herida que usted archivó; le conté que mi padre abusaba de mí, pero no hizo nada para protegerme”. “No quería ir al punto de encuentro, me daban ataques de ansiedad”. Son notas de voz, testimonios reales que encogen el alma. Los aportan jóvenes que sufrieron violencia de género o vicaria y que, en su momento, en medio de largos y complejos procesos judiciales, se vieron desamparados por las instituciones.

Lo primero que se siente al escuchar estas voces viene del corazón: estremecimiento, compasión… Pero lo siguiente es rabia: ¿Cómo es posible que esto pase? ¿De verdad quienes deben velar por los derechos de los menores miran para otro lado? ¿Es que no hay leyes que los protejan? Y cuando se les pregunta a los profesionales y entidades que han organizado el III Encuentro sobre Violencia Institucional, en el que se inscribe esta campaña de las notas de voz, se entiende que el problema no está ahí.

Claro que existe amparo legal, de hecho nuestro país es de los más avanzados en jurisprudencia, pero hay una gran contradicción entre el texto de las normas y su aplicación práctica. Además del terror por el que pasan, hay niños que son víctimas de la violencia que las instituciones ejercen sobre ellos. Los jueces, los fiscales, los equipos psicosociales, los oyeron pero no los entendieron, ni en muchos casos los atendieron. ¿Por qué? Porque hacen falta recursos, sí, pero hace falta sobre todo capacitación de los profesionales, que puedan formarse en perspectiva de género y de infancia. Los mecanismos del patriarcado siguen operando en los juzgados de forma tan sutil como significativa. Esa es también la conclusión a la que llega la antropóloga Caterina Cabanyes en su libro Machismo y cultura jurídica, una investigación rigurosa y demoledora que ayuda a afinar los sentidos, para identificar y desmontar los códigos de esa maquinaria de desigualdad.

Busquen esas notas de voz, párense a escucharlas. Aunque sea doloroso. Háganlo por un poderoso motivo: porque para comprender hay que saber. Mirar para otro lado, taparse los oídos no es una opción. Tampoco lo es lamentarse cuando llegan los asesinatos de menores (llevamos cinco en lo que va de año). Hay que poner a funcionar sistemas de prevención antes, ya, sin excusas, porque estamos ante uno de los atentados más graves del Estado de derecho. Y lo peor es reconocer que no sabíamos nada.

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