Además del recuerdo de las víctimas, lo que perdura del 11M es la gestión informativa que hizo el gobierno de Aznar sobre la autoría de los atentados. Aquellos días terribles cambiaron la cultura política de este país: mientras unos españoles salían a la calle reclamando conocer la verdad, otros alimentaban los bulos -y ahí siguen- de la teoría de la conspiración. Es muy posible que sí existiera una conspiración, y a juzgar por los resultados, que haya logrado sus objetivos. Porque a partir de entonces ya nada ha sido igual.

El 11M fue el inicio de la polarización desorbitada que en la actualidad define la escena política española, marcada por la negativa a debatir democráticamente con el adversario. Y fue también un momento estelar en la sustitución de ese debate por la falsedad y la mentira, que son herramientas más convenientes para ejercer el control social. Hay muchos ejemplos a lo largo de estas dos décadas, y todos contienen elementos comunes: vigilancia, ocultación, emotividad, alianza de la derecha política y mediática... Las evidencias no importan, pues lo que se busca es sostener la interpretación de los hechos, al margen, o de espaldas, a esos mismos hechos.

Lo que ha venido después, la llamada posverdad, no es más que la consecuencia cultural de aquel principio: no me interesa lo que ha sucedido, sino lo que cuentan los míos que ha sucedido. Las palabras no tienen que responder a los hechos, sino a las emociones. De ahí a los mensajes de odio que hoy se propagan como un incendio devastador por el bosque de las redes sociales, solo ha sido necesario tener preparada la cerilla en el momento adecuado. En estos veinte años la manipulación y las falsas noticias han terminado ocupando el espacio público y alcanzado cuotas de poder impensables entonces. Detrás de la gente descontenta que se ha ido radicalizado hay, lo sabemos, partidos que se nutren de ese malestar social y alimentan el autoritarismo, el machismo y el racismo más atroces. Podría decirse que la noción de verdad y la propia convivencia fueron también víctimas de aquel atentado.

Los autores de aquel crimen eligieron la muerte como salida, o fueron juzgados y condenados.

Fue un juicio ejemplar y doloroso en el que, a pesar de todo, finalmente la verdad triunfó. No fue fácil enfrentarse a ella, pero era el precio que había que pagar para seguir adelante.

De alguna forma hoy también tenemos, cada uno de nosotros, juicios pendientes. No dejemos que secuestren la verdad.

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