El pasado lunes asistíamos a la presentación de la sexta edición ampliada del libro de Diego Lopa Garrocho Las caras de Huelva. Han pasado ocho años desde que asistíamos al nacimiento de aquel texto que ha supuesto una publicación imprescindible para cuantos quieran conocer cómo era la ciudad de los años cincuenta-sesenta. La ciudad y sus gentes. Porque tanto importa el escenario como los personajes que integraban la entidad urbana de aquellos tiempos. En muchos casos sus rincones, lugares, calles o plazas han visto drásticamente transformadas sus peculiares fisonomías. He admirado siempre a unos onubenses con nombres y apellidos, algunos de ellos ya desgraciadamente desaparecidos -no los cito porque a lo mejor me olvido de alguno-, que tienen o tenían una memoria prodigiosa, una capacidad asombrosa para identificar recuerdos y sus protagonistas, acontecimientos, localizaciones, sucesos, anécdotas, incidencias diversas y eventos -término hoy tan recurrente-, frescos, sorprendentemente vivos en su mente y que nos ayudan a rememorarlos con muy reveladora clarividencia.

Diego Lopa es uno de ellos, de ahí el valor de sus libros. Y en ellos, sobre todo destaca con sensibilidad deslumbrante el destello vivaz de ese recuerdo, de esa imagen que cobra esplendorosa vivencia y reveladora evocación. Diría entonces que resultan inevitables la nostalgia, la melancolía, el rasgo sentimental que suscita emociones y añoranzas. El laberinto de los recuerdos, como un caleidoscopio multicolor, configura la mágica reminiscencia de ese pasado y diseña con perfiles sorprendentes, el paisaje urbano y los "rostros de la ciudad", de los que hablaba en su brillante presentación del libro el doctor Francisco José Martínez López, quien destacaba el indudable mérito del autor y su esfuerzo para "ir recopilando durante muchos años en su prodigiosa memoria todos los aconteceres del pulso de una ciudad que pasó a ser casi familiar en los años 50 a una ciudad poblada por personas venidas sobre todo de los pueblos de la provincia".

Ese pulso, esa vitalidad urbana, ese cadencioso palpitar a lo largo de los tiempos de una urbe por lo general alegre y confiada, están en las páginas de este libro de Diego Lopa. Y con el paisaje y el paisanaje, que tan sensiblemente ha sabido conjugar y retratar el autor, refulgen esos momentos estelares que van desde el sortilegio encantador de tantos parajes imbuidos por el encanto de su luz, la alquimia embriagadora de su ámbito singular y único, hasta la remembranza sutil, aguda y entrañable de los personajes que habitaron y habitan esta Huelva inmanente que se perpetua en estas páginas que uno lee ávidamente una y otra vez. No es una Huelva en blanco y negro, como se ve en sus fotografías. Es una Huelva luminosa que pervive literariamente en este mosaico resplandeciente y vibra en el más profundo sentimiento de sus lectores. Un libro que ha cumplido sobradamente su propósito.

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