Una religión grosera

No se me ocurre mayor contradicción: soldados cantando a la muerte frente a un cristo que simboliza la vida

Comienza a hacerse habitual el desfile de la Legión acompañando a tallas de cristos crucificados de toda Andalucía. No solo en Málaga, donde la presencia tiene raíces históricas, sino en Huelva, Benalmádena o Algeciras. No se me ocurre mayor contradicción: soldados cantando a la muerte y exaltando la violencia, frente a un cristo que simboliza el amor hasta entregar la vida. Verdaderamente, Estado y Religión nunca debieran mezclarse. Y me pregunto qué hay detrás de esta moda reciente de legionarios por todos lados, que tiene toda la pinta de haber llegado para quedarse.

En realidad, no es el único cambio que se va produciendo en una celebración que nunca ha sido, al menos en Andalucía, expresión de fanatismo religioso, sino exaltación de lo popular, mezclado, en diversos matices, con la espiritualidad, la emoción y el arte. Pero lenta e inexorablemente una ola de conservadurismo lo va cubriendo todo. Se nota en la presión cada vez mayor que ejercen las hermandades dentro de la iglesia, en las formas que se vuelven cada vez más clasistas, en el rechazo de la diversidad. Determinadas expresiones religiosas como la Semana Santa están siendo secuestradas en favor propio por parte de la extrema derecha.

La vinculación no es nueva, como se sabe. El fascismo (llamemos a las cosas por su nombre) y la religión son dos fenómenos que históricamente han mantenido una connivencia perversa, solo que ahora esa alianza se ha modernizado y está muy bien organizada. El teólogo Juan José Tamayo llama a este fenómeno "movimiento cristoneofacista", y está presente en todo el mundo: Bolsonaro, Trump o Salvini son ejemplos recientes. También España, donde los sectores más recalcitrantes del catolicismo no se cortan un pelo al apoyar a la extrema derecha; y a su vez, los líderes ultra se apropian del cristianismo para difundir lecturas maniqueas o integristas. Este empleo chapucero y burdo de la religión va unido a proclamas contra cualquier tipo de diversidad, ya sea cultural, sexual, racial o lingüística. También se ponen en cuestión los derechos civiles.

Los cristoneofascistas no son una anécdota: suponen una amenaza para la democracia y un atentado contra los valores solidarios del evangelio. Por eso me incomoda el canto a la muerte de los legionarios, igual que me ofende la discriminación de las mujeres, o la negación del cuidado de la Tierra o la persecución del diferente. Una religión grosera, mentirosa y plana no debería contar con nuestra complicidad.

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