Hay un personaje en la historia taurina -con perdón- famoso por su condición de gran figura, pero, también, por sus ocurrencias, opiniones, suficiencia, gracejo, autoestima… y todo lo que ustedes quieran que configuran una personalidad enorme tanto en lo artístico, profesionalmente, como en lo individual, como en lo endogámico y autosuficiente. Pues bien, una de sus aseveraciones más famosa fue: "… Lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible", el Guerra, dixit.

Esto, creo, tiene aplicación de plena actualidad en estos momentos críticos en los que la desorientación popular se va agudizando ante la evidencia rotunda de la ausencia de veracidad en muchas de las situaciones y decisiones que se nos relatan y plantean. En una palabra, que desde instancias gubernamentales de alto nivel, hay quien olvida aquello que Lincoln afirmara: "… que no se puede engañar a todos, todo el tiempo". Así que, entre Guerra y Lincoln, hay que decirle a nuestros dirigentes que no puede ser que el ejercicio de la libertad que es el disentir quede restringido, exclusivamente, para los más altos cargos aunque sea faltando al más elemental respeto institucional.

No puede ser que en situación de crisis sanitaria con altísimo coste en vidas humanas y con catastróficas repercusiones económicas, prime la propaganda sobre la calidad de la gestión.

No puede ser que se modifiquen las metodologías de los recuentos para presentar resultados de conveniencia política. Los números son tozudos y las matemáticas no engañan, por lo que la sensación de opacidad tiene vigencia.

No puede ser que rebajen las cifras de contagiados al restar en número no desdeñable de testados por un método y, luego, se saque pecho incluyéndolos en las estadísticas internacionales y al descubrir la falacia, no rectificamos, atacamos al mensajero.

No puede ser que, desde el unilateralismo permanente en la toma de decisiones, la oposición se entere por la prensa de lo decidido y al mismo tiempo se le rete a ser leal cuando lo que se le está exigiendo, en términos vulgares, es "que se bajen los pantalones".

No puede ser que no se escuche a nadie de ningún ámbito, incluso no político, y se les exija, desde un caudillismo ventajista, la unidad por el bien de la Patria, cuando resulta que a pesar de las descalificaciones están apoyando su "excepcional" estado de alarma.

No puede ser que diga la necesidad de autocrítica por todos, cuando hay "mando único", con lo que demuestra su nula capacidad analítica de los posibles errores cometidos y que revela sus aires supremacistas que llevan, de nuevo, al Guerra: "Menor que yo, naide y después de naide, Fuentes", otro torrero de la época y que, en este caso, sería Iglesias.

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