En algunas regiones del planeta, las más cercanas a los polos, la noche se puede alargar hasta tres meses. Tres meses sin sol, tres meses de oscuridad a diferentes niveles. A este hecho se le llama la noche polar y coincide con el invierno de algunas regiones de Alaska, Finlandia, Rusia y Noruega. Además de la ausencia de luz se añaden las bajas temperaturas, que pueden llegar hasta los cuarenta grados bajo cero.

Este fenómeno se da por la inclinación del eje de la tierra que hace que el sol no alcance una altura suficiente para aparecer por encima del horizonte.

Como te podrás imaginar esta peculiaridad de nuestra madre tierra tiene efectos en la vida de las personas y en la de los animales. Hasta las frases hechas de tu madre o de tu psicólogo no son las mismas aquí que allí: no te pueden decir cuando estés triste eso de que “no hay noche que no vea el día”, “después de la tormenta siempre sale el sol”, o “vete a la cama, mañana verás todo con otra luz”.

Otros que no tendrían mucho éxito en el invierno ártico serían los Romeros de la Puebla si cantan por allí esa sevillana que dice: “Por muy oscura que sea la noche siempre amanece”. Pues no, va a tardar un poco; por eso allí no se cantan sevillanas.

El ritmo circadiano, ese que regula el ciclo del sueño y la vigilia, se ve afectado. Es como un reloj biológico que llevamos de fábrica: hace que nuestro cuerpo se vaya relajando o activando dependiendo de la luz, aumentando o disminuyendo la melatonina. Cambios en los estados de ánimo y depresión en la época invernal será el pan de cada día, bueno, el pan de cada noche.

¿Qué hacen entonces estas personas para no tirarse de los pelos? La mayoría de ellas usan lámparas de fototerapia, siguen un plan muy organizado de rutinas, se intentan mantener activos físicamente y participan, en la medida de lo posible, en todas las actividades sociales que pueden. Recordemos que puedes morir congelado camino del súper si tardas más de la cuenta, y te puedes encontrar a un oso polar de frente de camino al bar, así que mejor que vayas armado y bien abrigado.

–Anda hijo, acércate a casa Paqui que se me ha antojado un cartucho de chicharrones.

–No mamá, no quiero morir joven. Que vaya el abuelo, que ya ha vivido lo suficiente–. (Típica conversación de un adolescente noruego con su madre).

Aún así los que viven allí siguen viviendo allí, no han salido corriendo. Hablan de la belleza de la oscuridad, de las bondades del silencio y de lo emocionante que es ver una aurora boreal.

Lo que es apasionante es que haya gente que se sorprenda de la simpatía de los andaluces, de la alegría y energía que desprenden, en general. ¿Por qué? Es el sol, no hay más donde rascar. Son los más de 300 días de luz solar que disfrutamos al año: tenemos el reloj a punto, no tememos por nuestra integridad física camino del mercado y por muy oscura que sea la noche siempre amanece, como bien decían los Romeros de la Puebla.

Cuando estés triste, piensa en los que viven en Alaska. ¡Feliz jueves!

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