En los días de descanso de la Santa Semana he podido reflexionar y practicar Il dolce far niente: lo dulce de no hacer nada, en italiano, que es más poético. Casi no he salido de casa en tres días así que he abrazado el aburrimiento y me he dejado llevar mientras escuchaba el sonido de la lluvia tras la ventana.

No es que no tuviera nada que hacer pero con tanto tiempo por delante se han creado ventanas de acción a partir de momentos puntuales de aburrimiento. Ésa es la clave: aburrirse para dejar la mente en blanco, disfrutar de la nada, pasear por la casa y descubrir un zapatero que compré y que aún no había montado: me puse a ello, una cosa menos. Después me di cuenta de que no encontraba unos pendientes que me regaló una amiga: organicé todas las alhajas desperdigadas en distintos neceseres y los encontré. Tras el hallazgo me puse a ordenar la ropa del armario y quedé fascinada con unos pantalones que no sabía que tenía.

En la sociedad actual, el aburrimiento se concibe como algo negativo. Sin embargo muchos estudios demuestran que el aburrimiento es beneficioso para la salud mental, estimulando la reflexión, el crecimiento personal y la creatividad. Puede parecer contradictorio, pero es cuestión de reducir los estímulos a los que estamos acostumbrados y dejar libre el camino, para ver todo con más claridad.

La neurocientífica Alicia Walf, investigadora del Departamento de Ciencias Cognitivas del Instituto Politécnico Rensselaer de Estados Unidos, afirma que aburrirse de vez en cuando es fundamental para la salud cerebral: al darle un descanso a nuestra cabeza loca hacemos que las conexiones fluyan con más facilidad. Así las estrategias y soluciones que estaban todo el tiempo ahí, de forma embrionaria, cobran vida. Ésto lo podemos aplicar al trabajo, a los problemas de la vida cotidiana, a las dudas existenciales y a cómo resolver el pollo que montó tu hijo adolescente la semana pasada.

La psicóloga británica Sandi Mann argumenta que “estamos aburridos porque tenemos muchos estímulos, así que necesitamos más y más estímulos para evitar el aburrimiento. Es un círculo vicioso”.

En esta misma línea, sobre la educación de los más pequeños dice que “aprender a lidiar con el aburrimiento ayuda a los niños y niñas con la flexibilidad de adaptación, la capacidad de planificación y la resolución de problemas”.

Éste es un melón que no quiero abrir, porque voy a empezar a hablar de los móviles, de los quinientos regalos que reciben al año, de las tablets, los videojuegos y de la prima de Cuenca que no tiene culpa de nada… No quiero terminar echando espuma por la boca.

Aún así se me viene a la cabeza un niño diciendo con voz de pena: –Me abuuuuurro–, y me entran ganas de tocar su hombro mientras le digo con voz pausada y cariñosa: no es tu culpa, tranquilo, no es tu culpa.

Voltaire decía que “nuestro peor enemigo es el aburrimiento”. Claramente no sabía lo que decía, es un error de concepto: hizo todo lo que hizo porque tenía tiempo y dinero para aburrirse como una ostra. Aspiremos a ser ostras. ¡Feliz jueves!

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