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El escandalazo de Cristóbal Montoro retrata las debilidades de la democracia española, se mire como se mire. Por su propia entidad: nada menos que un ministro de Hacienda de España, con Aznar y con Rajoy, inspirando y participando en una trama de corrupción que incluye lobby (grupo de presión), consultora con acceso al poder, uso de información privilegiada, leyes al servicio de intereses privados... Presuntamente, con los seis delitos típicos de una corrupción política de libro y 27 imputados, entre ellos toda la cúpula del Ministerio de Hacienda de entonces.
También es grave por la respuesta –o la falta de respuesta– del Partido Popular, que ha esperado a que Montoro se diera de baja en vez de haberlo fulminado en cuanto fue imputado. Una vez más el PP muestra falta de contundencia –cuando no convivencia– en el combate contra la corrupción en sus filas. Ahora se recuerda que Rajoy fue advertido en su día de los tejemanejes del bufete creado por el ex ministro cuando aún no lo era, y no hizo nada, como era su costumbre. Igualmente se recuerda que Cristóbal Montoro fue un ministro prepotente y chulesco que utilizaba su poder para intimidar a periodistas molestos y amenazar a contribuyentes desobedientes. Un abuso. Todavía algunos de sus colaboradores asesoran a Núñez Feijóo, que acaba de reivindicar las figuras de Rajoy y Aznar.
Y también por el desorbitado aprovechamiento que han hecho el Gobierno y sus delegados de este caso de corrupción. Se han agarrado a Montoro como a un clavo ardiendo. La pelea constante entre PSOE y PP por demostrar quién la tiene más larga (la capacidad de albergar corruptos en sus filas y la incapacidad para erradicarlos) es patética. Tanto como para mandarles a los españoles este mensaje demoledor: vale, somos corruptos, pero los de enfrente lo son más. ¡Qué consuelo para tontos! En realidad lo que se les hace objetivamente a los ciudadanos es incentivarlos para que se instalen en aquella monserga reaccionaria: todos los políticos son iguales, es decir, malos y deshonestos. Lo cual no es verdad ni de lejos.
Finalmente, y tal vez más grave que todo lo dicho, la proliferación de corrupciones grandes, medianas y pequeñas y el “y tú más” de los partidos centrales tienen un beneficiario neto y empíricamente constatable: los partidos antisistema que ya han convencido a la mayoría de los menores de 35 años. Y subiendo...
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