Los mimbres que tenemos

No todo el mundo digiere bien los subidones y acaban embriagados con sus éxitos

De un uso poco frecuente, el término populismo pasó a ser uno de los más empleados en política. Además, los políticos y partidos a los que se les incluía en esa denominación crecieron por doquier en todo el espectro posible; los había de izquierdas, de derechas, centralistas, nacionalistas… Daba igual, al final eran eso, populistas. Sin duda, la aparición de la crisis económica les ayudó y los colocó, en muy poco tiempo, en puestos institucionales relevantes. Siempre iban en ascenso, en apenas unos años las elecciones les colocaban laureles en sus cabelleras no canosas. Pero, como es evidente, no todo el mundo digiere bien los subidones y acaban embriagados con sus éxitos; algo propio de adolescentes e inmaduros. Y entonces, se vieron con capacidad y, lo que es peor, con legitimidad para hacer cosas inusitadas en las formas, que llamaran la atención en lugares destacados, como el Congreso de los Diputados. Basta recordar los numeritos de Pablo Iglesias y de Rufián, entre otros; aunque ellos son los más paradigmáticos. También recurrieron a la modificación del lenguaje para hacer creer que eran realmente algo totalmente nuevo porque todo lo anterior era viejo y como tal, deleznable y rechazable; así, por ejemplo, las agrupaciones o partidos ya no lo eran, eran otra cosa: círculos, mareas, confluencias… Todo porque consideraban que formaban parte de una nueva era donde nada previo tenía su hueco por rancio e inservible. Para ellos, ¿la experiencia era un valor? ¡Qué tontería, claro que no! Eso lo unían a lo viejo, lo que tuvo su reflejo en las caras visibles de esas organizaciones pues, salvo honrosas excepciones, todos eran jóvenes y si eran rebeldes, como los modelos de la publicidad, mejor. La arruga no era bella, por mucho que Adolfo Domínguez anunciara lo contrario. Lo penoso es que esta corriente influyó en algunos líderes y formaciones ubicadas en el espectro más tradicional; para estar en la onda. Y aquí entra el caso más ejemplar, el de Pedro Sánchez, que hasta llamó, para intervenir, a un programa de televisión especializado en el cotilleo. Obviamente, los mencionados no son todos los que son. Pues bien, con estos mimbres, ¿qué cesto puede confeccionarse? ¿Hay que extrañarse de que tengamos que ir a las urnas el 10 noviembre? Por supuesto que no. El poco sentido de Estado, los intereses personales y partidistas, el no es no -creación de Sánchez- y, sobre todo, los egos sobredimensionados impiden que no volvamos a tener otra cita con las urnas.

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