El infinito es infinito

Comenzar un discurso por “el infinito es infinito” indicaba el nivel intelectual de lo que vendría a continuación

Desde que el matemático John Wallis simbolizara con un lazo cerrado aquello que no tiene cota ni límite, el infinito ha podido ser representado de una forma única y universal. Lo que era difícil de suponer es que, en plena campaña electoral, el ex presidente Zapatero ofreciera tan peculiar discurso sobre este concepto, que no alcanzaban a comprender ni propios ni extraños. Esperemos que en el futuro las disertaciones se lleven suficientemente preparadas e hilvanadas, porque el público se merece escuchar algo más que verdades de Perogrullo.

Ante la escasez de ideas y el exceso de exposición pública, nuestros políticos en activo han ido llegando a la saturación y dejando espacio para que los ya retirados digan todo lo que piensan. Esto siempre es un arma de doble filo, porque esos minutos de gloria, para los que un día lo fueron todo, pueden tener resultados impredecibles. Ya el hecho de comenzar un discurso por “el infinito es infinito” indicaba el nivel intelectual de lo que vendría a continuación. Y la homilía laica no se haría esperar, hablando de la excepcionalidad de la raza humana y de su capacidad de amar. Este mesianismo, que tuvo sus orígenes en “la tierra no pertenece a nadie, salvo al viento”, ha ido creciendo y en esta última aparición alcanzaba su culmen ante las caras de asombro y desconcierto de los que le rodeaban.

Cuando un político habla sobre lo divino y lo humano, tratando de expresar la inmensa complejidad del mundo, y de como él sí ha sabido interpretarlo, el camino hacia la iluminación está servido. A partir de ahí podemos comprobar cómo una masa expectante se puede dirigir para que aplauda cualquier cosa, y el problema se acrecienta cuando el propio orador también lo sabe. Por tanto, ese éxtasis de jovenzuelos observando la inmensidad de una noche estrellada, no parece un enfoque muy ortodoxo para un mitin político, donde el público espera algo más de concreción sobre lo que les afecta en su día a día.

Ya en 1989 el filósofo Fernando Arrabal logró un momento estelar de la televisión con su apocalíptica disertación sobre cómo “el milenarismo va a llegar”, en estado de embriaguez y ante un auditorio que aguantaba estoico toda una sarta de majaderías. Ahora también recordaremos estos instantes sobre la infinitud infinitesimal del infinito, que no darán para una clase magistral de matemáticas, pero quizás sí para reírnos un poco en vacaciones.

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