Formularios

Postrimerías

Oímos hablar mucho de la “simplificación administrativa”, que ocupa a un sinfín de negociados y forma parte de los larguísimos nombres que llevan algunas consejerías o direcciones generales, pero la experiencia demuestra que la maraña burocrática que padecemos no sólo no se reduce, sino que amplía sus enredos traicioneros a medida que la sacrosanta transformación digital avanza entre el entusiasmo de los tecnófilos, mientras los menos convencidos dudamos si quedarnos en la resignación maledicente o pasar a la acción directa. La creciente complejidad de los trámites ha convertido lo que antes eran gestiones fatigosas, pero más o menos llevaderas, en arduas pruebas de acceso que se lo ponen muy difícil a los ciudadanos escasamente familiarizados con las nuevas herramientas y excluyen por completo a los que por edad y para su fortuna no llegaron a entrar en ese submundo loco. La multiplicación de los formularios nos convierte en trabajadores forzosos por cuenta del Estado, para el que realizamos tareas que no nos corresponden, pero no ha disminuido el número de empleados públicos que también sufren en sus ámbitos su cuota de penitencia. Acogidas al señuelo de la modernización, palabra fetiche, las administraciones se dedican a torturar a los administrados con requerimientos cada vez más prolijos y extenuantes. Ni los propios funcionarios, que solían ocuparse de las gestiones, saben aclarar las incontables dudas que surgen, de modo que su papel se reduce a una imposible mediación entre los usuarios del sistema o la plataforma de turno y un ente inconcreto que no tiene voz ni rostro identificables. Los correos no vienen firmados o no tienen remitentes con nombre y apellidos o se emiten desde direcciones que no permiten respuesta. La letra pequeña se extiende por espacio de apretados párrafos escritos en lenguaje disuasorio, a la vez penoso e inextricable, o remite a deprimentes tutoriales que nos roban horas en las que fantaseamos con que un ejército de drones nos devuelva a la Edad Media. Un paso en falso, un mal clic pueden hacernos caer en el abismo. En el curso de estas fatigas, hemos encontrado a buenas personas que hacen todo lo que pueden por ayudar, bien conscientes del desaguisado, pero de otras, ay, no se puede decir lo mismo. Si quienes atienden al otro lado se comportan como los encallecidos interlocutores de las multinacionales, sería preferible que los sustituyeran por máquinas.

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