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El sanchismo es una superchería ideológica –todo es trampa, todo es un amaño comprado con dinero robado al contribuyente– que al final acaba cerdanizando todo lo que toca. Aclaremos el término “cerdanizar”, con el que su ilustre propietario, ahora encarcelado, merecería pasar a la historia de la lengua española. Si la hechicera Circe de la Odisea convertía a los hombres en cerdos, el sanchismo “cerdaniza” a cualquier persona que caiga en su órbita hasta convertirla en un sujeto sin voluntad ni conciencia moral. Pensemos, por ejemplo, en los seis magistrados del Tribunal Constitucional que han votado a favor de una autoamnistía que cualquier persona con dos dedos de frente sabe que está prohibida por la Constitución. Pues bien, el proceso de “cerdanización” del sanchismo ha tocado a estos magistrados con la varita mágica de la hechicera Circe y al instante, alehop, nada más oír las palabras mágicas –“feminismo”, “derechos sociales”, “antifranquismo”–, todos se han convertido en sujetos incapaces de usar el discernimiento moral.
Y es que de repente se ha instalado en todos ellos ese curioso fenómeno psíquico que Orwell, en 1984, denominaba “doblepensar”: es decir, estas personas saben perfectamente que están votando algo completamente equivocado, pero al mismo tiempo se dejan engañar por una atronadora voz interior que les asegura que están haciendo justamente lo más honesto que pueda hacer un ser humano. La “cerdanización” ya ha hecho efecto en todos ellos.
Y lo grave es que el proceso de cerdanización actúa como un veneno. Si los trenes se quedan parados en medio de ninguna parte, no es por incompetencia de los gestores, no, sino por un sabotaje que obedece a un siniestro complot contra el gobierno. Y si unos pocos jueces defienden la democracia y la separación de poderes, salen los periodistas cerdanizados a acusarlos de ser unos gusanos al servicio de la extrema derecha. Así va todo. El hechizo sólo necesita usar las tres palabras mágicas (“feminismo”, “derechos sociales”, “antifranquismo”) para obrar su efecto. Así que, cuidadín, amigos, cuando nos miremos al espejo, no vaya a ser que también hayamos empezado a cerdanizarnos. ¡Circe no perdona!
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