Las oposiciones de Secundaria que se celebran actualmente en Andalucía han incrementado la puntuación de la fase de concurso. Además de la experiencia docente previa, tan importante para los profesores interinos, pueden sumarse puntos por la formación académica y otros méritos. Es un porcentaje decisivo en el momento de conseguir una plaza y no es de extrañar que los candidatos arañen hasta las centésimas. Pero entre los méritos que aumentan la valía de quien pueda acreditarlos, y la impostura organizada, hay una línea tan delgada como quebradiza.

En los últimos años la Junta ha perdido alrededor de 80 juicios de opositores que han reclamado su plaza y procura mirar esos méritos con lupa. No es fácil, hay que reconocerlo. Al asomarse al enmarañado mundo de las titulaciones de posgrado, másteres, cursos o idiomas, la mandíbula se descuelga y entra un frío que nos hace abandonar toda esperanza, casi como Dante a las puertas del infierno: aspirantes muy jóvenes que presentan un currículum alicatado de cursos en universidades privadas, cuya suma de horas no cabe materialmente en el calendario; publicaciones en revistas digitales lanzadas por las propias academias de oposiciones; cursos on line a miles, en los que nunca se podrá acreditar quién los hizo; o también, opositores endeudados por pagar cursos de posgrado, que les fueron ofrecidos con todas las garantías y que finalmente no son válidos.

El común denominador en este escaparate de la excelencia es el dinero. Tantos esfuerzos para democratizar el acceso a la educación superior, durante mucho tiempo privilegio de las clases altas, y volvemos al punto de partida: quien no paga está en desventaja. Siempre. Y se puede pagar por cualquier cosa. Teclear en google comprar TFM o TFG arroja un número de resultados proporcional a la indignación que provoca.

Ahora venimos a darnos cuenta de que los casos de Cifuentes o Casado no son más que la espuma de la ola. Ni siquiera cabe atribuirles toda la responsabilidad: en esta mafia de los títulos hay quien se está lucrando, y mucho, porque el sistema ha sido diseñado exactamente para ello. El plan Bolonia es la firma que el mercado estampó en el territorio de la educación y la cultura, por si a alguno se le había ocurrido escaparse por la vía del pensamiento crítico. Compremos todo, también el conocimiento, porque todo es negocio. Por desgracia, muchos futuros profesores de la enseñanza pública ya están convencidos de ello.

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