Padres convertidos en profesores; profesores convertidos en alumnos, trabajando a destajo para manejarse en la moodle o colgar un vídeo; más deberes que si se asistiera a clase; equipos directivos que no pueden dirigir nada… Las cuatro semanas de confinamiento han puesto a la escuela patas arriba. Y aquí, igual que en otros lados, ya nada volverá a ser igual.

Me preguntan muchos padres qué va a pasar, cómo se va a evaluar, si se seguirá avanzando en el temario, si se contempla el aprobado general. Y yo les contesto que, salga esto como salga, la escuela no tiene respuestas infalibles, como tampoco las tenía antes. Habrá calificaciones que no sean justas, y chavales que no estén en igualdad de condiciones, y profesores que no puedan acompañarlos como quisieran: eso que ahora todo el mundo ve, era también así hace 28 días. Pero padres, alumnos y profesores deberíamos aprovechar esta situación singular para seguir aprendiendo.

Hemos aprendido que eso que se llama las TIC, y de tan buena prensa gozan, lo mismo pueden facilitar el aprendizaje que producir hartazgo y ahondar carencias previas; que tan buen profesor es el que emplea la tiza como el experto en e-learning, porque enseñar no es solo transmitir conocimientos; que las brechas sociales, incluida la digital, no son brechas sino abismos, y hay que atreverse a cruzarlos; que la tecnología nunca desplazará a los docentes, porque solo ellos son capaces de salvar a fuerza de compromiso las inmensas dificultades de sus alumnos; que las aulas virtuales molan mucho, pero solo en las reales se producen los cambios que ayudan a madurar…

Y hay lecciones pendientes. Los profesores continuamos cargando con ese complejo de inferioridad que nos ha denostado socialmente y que ahora ni siquiera nos incluye en los aplausos colectivos. Quizás por eso queremos ser muy profesionales, y dar todos los contenidos, y poner muchas tareas, como si aquí no pasara nada, como si todo siguiera igual. Se nos olvida que ahí afuera -ahí adentro, en esta aula de paredes transparentes donde inevitablemente hemos de trabajar- el mundo ya no es el mismo, y tenemos la obligación de acompañar a nuestros alumnos para que puedan entenderlo: debatir, proponer, interrogar, conectar con la realidad. Pensar y actuar en un mundo frágil desde nuestra propia fragilidad. Ahora es más necesario que nunca. Porque solo ellos, hombres y mujeres de mañana, tienen la llave para que esto no vuelva a suceder.

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