La otra orilla

Una economía con rostro humano

El covid se sigue cobrando víctimas y campando a sus anchas en esta pandemia interminable

Mientras nuestros políticos andan inmersos en mociones de censura, tamayazos y elecciones anticipadas, el covid se sigue cobrando víctimas y campando a sus anchas en esta pandemia interminable. Llevamos un año de alarmas y muertes y todavía nos queda mucho por delante. Es una oportunidad para repensar muchas cosas. Si seguimos funcionando como hasta ahora, no saldremos mejores. Si somos capaces de coger al toro por los cuernos y cambiar el rumbo, tal vez el futuro sea mejor y más humano. Esta crisis nos llama a la solidaridad y a la fraternidad, desde el individualismo y la indiferencia no hay salidas dignas.

Se hace necesario un proyecto de sociedad muy distinto del actual. La desigualdad es insoportable y necesita cambios estructurales profundos. Hay que dedicar más y mejores recursos a la sanidad, a la educación, a la atención a las personas mayores, a unos servicios sociales públicos que atiendan integralmente las necesidades de los más desfavorecidos, que refuercen la protección social de todos y todas.

También se hace imprescindible una política de vivienda que garantice y haga efectivo el derecho constitucional a una vivienda digna y ponga coto al negocio inmobiliario. Hay que acabar con la precariedad laboral y la explotación de las trabajadoras del hogar y de las cuidadoras. Un cambio transformador supone también acabar con la situación de vulnerabilidad que sufren las personas migrantes y con su utilización como mano de obra barata.

Hay que revertir las reformas laborales que han precarizado el trabajo y que han debilitado los derechos laborales. Hay que apostar por un empleo digno como elemento central de la economía para que los jóvenes, los desempleados, las mujeres puedan construir un proyecto de vida más humano. El cuidado del planeta, el cambio de las formas de producción y del consumo también se hacen necesarios para salir mejores de esta crisis.

Pero para ello hay que ponerse manos a la obra articulando políticas públicas de distribución de la riqueza más justas. Construir, en definitiva, una economía con rostro humano centrada en la dignidad de la persona y en el bien común.

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