Quién elige los asesores de los políticos? Qué méritos deben atesorar para aconsejar a ministros y directores generales? ¿Qué hemos hecho los españoles y las españolas para tener que soportar a semejante caterva de delincuentes, sinvergüenzas y medradores? ¿Qué pecado hemos cometido? ¿A qué Dios hemos ofendido para convivir con estos vividores?

En este país llamado España, la picaresca se convirtió allá por los siglos de oro en una característica básica del carácter nacional. Los buscones, lazarillos y guzmanes se buscaban la vida engañando, robando y pareciendo, simulando ser lo que no eran. A los pícaros de entonces se les han unido en democracia unos cuantos sinvergüenzas que se han ido enriqueciendo a costa del erario público.

Así surgieron los Juan Guerra, los correas, los bigotes amiguitos del alma, los guerreros amigos de la coca y los puticlubs, los Tito Berni y, ahora, el guardaespaldas Koldo. Todos ellos tienen las mismas características: su lealtad y su obsesión por vivir como nuevos ricos, tener acceso a una parcela del poder para la que no ha sido elegido. Todos ellos se fueron enriqueciendo a través de contratos ilegales y otorgados a dedo, a través de comisiones millonarias…

Los asesores se han convertido en una de las mayores lacras del sistema. Los asesores están esquilmando y desprestigiando la democracia. Son delincuentes que se acercan a los poderosos para llevarse las migajas que éstos van dejando a su paso. Son gente sin escrúpulos a la que no importa enriquecerse a costa del dinero de los parados –ERES de Andalucía–, a costa de subvenciones a ONGS –la gurtel valenciana–, a costa de una pandemia en la que moría mucha gente –Koldo y los hermanos y primos del alcalde y la presidenta madrileños–.

Ya está bien, ya va siendo hora de mandar a los pícaros al paro. Se hace necesario controlar el acceso de los koldos a los ministerios, a las direcciones generales o a las delegaciones que correspondan. La política debe ser y parecer honrada porque si no el desprestigio de la misma favorecerá que los fascismos campen a sus anchas en nuestro entorno. Conviene, pues, preguntarse cómo elegir a los asesores. No basta con que sean leales y trabajadores, es necesario que sean honrados, que no medren, que no presuman de conocer gente importante. El asesor debe aconsejar, acompañar, opinar, pero nunca debe manejar contratos públicos, ni dinero público, ni gestionar inversiones. Hemos de desterrar de la vida pública a tantos sinvergüenzas como se acercan a ella.

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