Por el momento, ningún líder en el mundo pretende solucionar la pandemia echando mano de Dios o de la religión. Ese hubiera sido el método preferido hace solo unas décadas, poner el asunto en manos divinas y alentar procesiones y rogativas. Ahora, ni al mismo Papa se le ocurre otorgarle a Dios semejante responsabilidad. Cada uno busca su muleta espiritual para dotar de sentido lo que está viviendo y procura ser respetuoso con las creencias del prójimo. Pero eso no alivia la necesidad de un credo colectivo, algo que nos sostenga en este momento de tribulación. Si ya lo religioso no sirve como respuesta, ¿en qué podemos creer?

Los datos son uno de los frentes en que se libra la batalla de la confianza. Agarrándonos a ellos buscamos disipar la incertidumbre, pero desde el principio han sido sometidos a un exhaustivo proceso de desvalorización. Se duda de las estadísticas de fallecidos, del número de test o de las cifras del impacto económico. Se duda de la información veraz, cercada por la sombra alargada de la mentira. El portal de noticias maldita.es ha identificado casi 500 bulos, alertas falsas y desinformaciones en torno al Covid19, lo que viene a ser una epidemia peor que la del propio virus, porque se propaga sin control y no hay vacuna posible. Como para fiarse está la cosa.

Podemos entonces creer en la ciencia, y a ella acuden las autoridades para diseñar la salida de la pandemia. Médicos, virólogos, economistas, expertos sin fin… todos tienen en el gran teatro del confinamiento su minuto de gloria. Pero la ciencia titubea, ensaya y sigue buscando, en una veloz carrera hacia la ansiada vacuna y otras fórmulas precisas que conjuren peligros del futuro. El mundo que hay bajo el microscopio no ofrece certezas que sirvan en la vida real. Ahí tampoco se halla la respuesta que esperamos.

Un minúsculo organismo está cuestionando nuestra manera de estar en el mundo, la forma en que enfrentamos la propia fragilidad. Nuestro sistema de creencias se tambalea y más que nunca es necesario creer en algo, pero no sabemos bien en qué. ¿Dejaremos que el neoliberalismo ejerza de sumo sacerdote en el templo del dios del crecimiento económico, ofreciéndole sacrificios sin fin? ¿O seremos capaces de construir una nueva civilización que encuentre sus espacios sagrados en el ser humano y en la naturaleza? El mundo que salga de esta crisis tendrá mucho que ver con esa decisión.

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