
El lado bueno
Ana Santos
Violencia estética: el pan nuestro de cada día
Voces nuevas
Soy hija de maestros y como tal, desde que era niña, para mí el verano es sinónimo de Vacaciones Santillana. Seguro que más de uno me comprende cuando digo lo mucho que he odiadoese cuadernillo de actividades con olor a rancio y nuevo que mi padre me obligaba a estrenar cada año. Normal que de mayor quisiera dedicarme a cualquier cosa menos a dar clases. Me he criado entre libros, deberes y el absoluto sentido de la responsabilidad multiplicado al cuadrado. Sin embargo, ahora no es eso lo que recuerdo del verano. Más bien, una sensación enorme de cariño y nostalgia, porque en cada lección estaba mi padre, aprendiendo a mi lado. No sé si ahora con la inmediatez de las redes sociales sigue ocurriendo lo mismo, pero me veo en la obligación de pararme a recordarlo.
Siempre he sido buena estudiante, menos a los 12 años, cuando la época del pavo me llevó a suspender Matemáticas con un categórico y rotundo 0. Bien redondito el tío. Y además en junio. Ese verano ya estaba hecho. Yo sabía que en cualquier casa era grave, pero en la mía había llegado el fin. Lo que se avecinaba iba a ser bonito… y así fue. Tanto que me estuve levantando de lunes a sábado a las 7:00 religiosamente durante los dos meses de verano para aprenderme todo el temario que no había estudiado. Un cuaderno de actividades completo que luego entregaría (como enmienda) al simpático maestro que me había cateado. Y lo hice. Pero con él. Todos esos días mi padre se levantaba conmigo para estudiarse los deberes que después me explicaría, hacerlos, corregírmelos y animarme con una paciencia infinita. En septiembre saqué un 10, le entregué el cuaderno a mi maestro y nunca más volví a verlo. Bueno, sí. Pero mucho tiempo después.
Ya estaba en la carrera cuando una Navidad me lo entregó de regalo. Bien envuelto ahí estaba ese cuaderno verde grueso con el sello y la esencia de mi padre. "Recuerda lo que soy capaz de hacer por ti: despertarme cada día del verano para enseñarte lo que ni yo mismo conocía e intentar que vieras lo importante que es el sacrificio. Siempre te querré y te acompañaré en el camino", ponía en la primera página.
Hoy no está conmigo pero ¿cómo olvidar algo tan grande? Ojalá las Vacaciones Santillana vuelvan a llenar este verano los hogares. Porque son solo una excusa para disfrutar de lo que de verdad importa. El sentido del esfuerzo y el valor incalculable de pasar tiempo en familia. Un regalo que no se compra y que convierte en único e inolvidable a un padre o a una madre.
También te puede interesar
Lo último