Aunque en multitud de ocasiones deseo escribir de fútbol, consigo desistir de ello porque ya son demasiadas las páginas que el periódico dedica a un asunto, que interesando y apasionando a tantos y tantos, con todos mis respetos, no debiera trascender de forma tan extremada, cuando hay temas de mayor relevancia, importancia y magnitud. Y lo digo siendo, como soy, un ardoroso adicto al fútbol, que practiqué desde la adolescencia y que dejé, inmerso como estaba en otras ocupaciones, incluidos otros deportes que simultaneaba por no poderle dedicar el tiempo necesario. Escribo todo esto porque me mueve el Mundial, ya en sus definitivas postrimerías, que sigo apasionado y fervorosamente, en estos días de fiebre futbolística y de seguimientos millonarios de audiencias, si bien la eliminación de España en los octavos de final haya reducido considerablemente la atención del telespectador. No para mí y me imagino que para muchos, fieles seguidores del llamado balompié, juegue quien juegue. Decepcionante sin duda ha sido la eliminación de España. Los dos partidos preparatorios, frente a Suiza y Túnez, nos dejaron, por lo menos a mí, un amargo regusto y una sensación de cierta inseguridad. Podía apreciarse que el sistema de juego que el equipo había adoptado desde hace mucho tiempo estaba caduco y que los equipos contrarios lo habían asimilado perfectamente para interceptar las escasas penetraciones de los hombres de ataque. No se pueden prodigar los pases hasta la saciedad -récord de pases inútiles-, insistir en un juego horizontal, transversal, hacia atrás insistentemente, reiterativamente, sin una alternativa técnica convincente. Algo realmente exasperante para aburrir a los camellos que, por el tamaño, deben tener más paciencia que las ovejas. Todo empezó mal con la actitud irresponsable del presidente de la Federación. Más allá de especulaciones y suspicacias partidistas, la destitución de Lopetegui a punto de empezar el Mundial fue una cacicada suicida. Si en vez del Madrid hubiera sido otro el equipo que había fichado al seleccionador, no habría pasado nada.

Llegados al definitivo desenlace el balance del Mundial es bastante complejo. Grandes éxitos frente a escandalosos fracasos, genialidades admirables junto a fallos garrafales, inesperadas sorpresas, teatralidad, sistemas superdefensivos y muy similares, incertidumbres, árbitros verborreicos, emociones más que calidad de juego y la marcha precipitada de las grandes potencias del fútbol o los favoritos: Alemania, Argentina, Brasil, España… Y con ellos la de los "mejores del mundo", según los inevitables maximalistas hiperbólicos: Ronaldo, Messi, Neymar. La caída de los dioses. Y un cierto regusto amargo cuando vemos a jugadores y aficionados de la gran mayoría de las selecciones cantando sus himnos nacionales con fervor y entusiasmo. Lo que a nosotros nos falta.

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