
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Templos mudos
Voces nuevas
Todavía me estoy recuperando de la sobredosis de azúcar que inunda las redes sociales desde el pasado 14 de febrero. Cuánto amor desbordado alrededor de todo y de todos ¡Hay que ver cuánto se quiere la gente! Quién diría que los divorcios, las separaciones y las rupturas están a la orden del día. Por no hablar de las crisis que, precisamente, crean las nuevas tecnologías en las parejas. Pero no. Cuando llega el día de San Valentín, todo se tiñe de rosa, el aire huele a caramelo, en la calle suena música celestial y en nuestro corazón resurge la princesa (o príncipe) Disney que llevamos dentro. Y quien diga que no, ¡MIENTE! Porque hasta los más escépticos terminan subiéndose al carro y son incapaces de finalizar el día sin decir un te quiero a su media naranja. Y si alguien no la tiene, pues se la inventa, sueña con ella o se fustiga por ser un desgraciado. Porque ¡ya hay que tener delito para no tener alguien con quien celebrar el Día de los Enamorados!...
En fin, con todo esto no pretendo caer en lo de siempre. Ya sabemos que el 14 de febrero no es más que una celebración consumista, como el Día del Padre. Lo que me enerva es la capacidad asombrosa que puede tener una fecha para jugar con los sentimientos de la gente. Y no es más que el reflejo de lo que somos hoy día. Personas que, solteras, casadas, divorciadas o viudas, se dejan llevar por la influencia de las modas que marcan las redes sociales hasta el punto de olvidarse de sus propios principios. Y de esto una se da cuenta cuando sale. Cuando se desconecta de la realidad de Instagram, de Facebook y WhatsApp.
Yo misma (consumidora adicta a las redes y al universo de internet) he sido más consciente que nunca este año de lo que supone estar tan inmersa en la vida de los influencers y los trending topics en fechas como el 14 de febrero. Hasta llegué a sentirme mal por no ser una de esas afortunadas de amar en el día del amor. Pero, por suerte, esa sensación solo me duró un momento. El tiempo de cruzarme con Paco Tébar. Tiene 91 años, es estudiante de la Universidad de Huelva, adora el teatro y recita poesías como nadie desde que era niño. En los micrófonos de nuestro programa de radio rompió, en cuestión de segundos, con todo ese universo que el mundo ha creado y al que llaman San Valentín.
"Yo tengo poco que contar sobre el amor", decían unos ojos tristes marcados por la soledad y la ausencia de quien pierde a un ser amado. Los ojos de un hombre que sí encontró a su media naranja, la cuidó y compartió con ella hasta el fin de sus días. "Para mí el amor es recitar hoy un poema, seguir aprendiendo a pesar de los años, disfrutar de una obra de teatro, seguir llenando mi vida de momentos". Gracias, Paco. Por enseñarme (y enseñarnos) que el amor no es un día, ni una fecha, ni una persona. El amor es el aquí y el ahora y hay tantas formas de vivirlo como humanos en el universo. Por eso, para mí, San Valentín no es más que un invento.
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