Posiblemente, el próximo rebrote del Covid-19 nos pille más preparados: sabremos qué hacer, qué comprar, qué infraestructuras montar y qué medidas ciudadanas adoptar. Poco a poco nos iremos sintiendo seguros frente al virus, y recuperaremos cierta normalidad, olvidaremos esta pesadilla global. Y seguiremos adelante. Pero el año que viene, o el siguiente, o dentro de una década, recibiremos, como civilización, otro golpe que no sabremos esquivar, un nuevo reto que nos pondrá contra las cuerdas. Y tendremos que reconocer, de nuevo, que somos vulnerables. Porque si algo ha quedado claro en esta crisis mundial es eso: que somos vulnerables.

No hay Estado, no hay Ayuntamiento ni Comunidad Autónoma, ni siquiera organizaciones internacionales, que puedan salvarnos de todo. Podemos tomar precauciones, tratar de hacer proyecciones ambientales. Pero en algún momento llegará algo que nos cogerá por sorpresa, otra pandemia, desastres ambientales, hambrunas, un colapso tecnológico… Es mejor reconocer nuestra vulnerabilidad y aumentar nuestra resiliencia que comportarnos como semidioses intocables, prepotentes y caprichosos. Porque, puestos en contexto, los seres humanos no somos más que una anécdota de un puñado de años en la vida de un planeta que tiene más de 4.000 mil millones de años. Y dicho planeta no es más que una diminuta mota en medio de infinitas galaxias.

Esa vulnerabilidad nos haría entender nuestra existencia, la vida del planeta, de una manera más global. Somos interdependientes con el Planeta, lo cohabitamos con millones de especies, y lo hacemos en un frágil equilibrio que, si se rompiera, acabaría con la vida tal y como la conocemos. Por eso es importante que aprovechemos este momento histórico, que seamos capaces de aprender las lecciones que nos ha dado este virus.

Si pretendemos volver a las andadas, si pretendemos reactivar la economía tal como la conocíamos, si nos ponemos a contaminar el planeta, a extraer sus recursos y a condenar a la extinción a miles de especies al día, si todo esto no nos hace reconocer, como especie, nuestra vulnerabilidad y nuestra interdependencia, entonces seguiremos recibiendo golpes uno detrás de otro, hasta que el ser humano desaparezca. Eso es lo que trataba de decirnos Greta Thunberg en nombre de las generaciones venideras. Nos pareció simpática la chica, hasta que empezamos a reírnos de ella. Y se nos ha congelado la sonrisa en la boca. ¿Podemos cambiar nuestro comportamiento como especie? De la respuesta depende nuestra supervivencia.

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