Veintiún días

Últimamente ando pensando en esto de los 21 días como una buena fórmula para quitarme del vicio del ‘critiqueo’

Figuras de monos.

Figuras de monos. / M. G.

Dicen que en 21 días uno puede convertir cualquier cosa en un hábito. Por ejemplo: si después de toda una vida en el sofá resulta que te quieres hacer deportista, te vale con 21 días de deporte y lo demás viene solo. ¿Que quieres comer sano? 21 días liao con la lechuga y ya lo tienes hecho. ¿Quieres dejar el chocolate? Pues 21 días sin catarlo y zas, lo olvidas. La teoría es científica, no se crean que me la he inventado yo. La formuló un tal William James, un psicólogo que comprobó que la repetición constante de una conducta durante tres semanas bastan para que el cerebro lo tome por un hábito. En sentido contrario (esto sí me lo estoy inventando) si permites que durante 21 días seguidos no te venza algún mal hábito que quieras quitarte de encima, conseguirás zafarte de él para siempre (salvo, supongo, que te tires otras tres semanas haciéndolo de nuevo, pero eso ya son ganas de reliarse porque sí). Últimamente ando pensando en esto de los 21 días como una buena fórmula para quitarme del vicio del critiqueo. Tengo que hacerlo antes de que me arrepienta. Me lo advirtieron hace poco: “ten cuidao, Paco, que no vas a ganar para enemigos”, y cosas así, me dicen, y como no les falta razón he decidido que voy a tirarme a la piscina y asumir el reto de mirar, durante 21 días, de otra manera todo que pasa en Huelva, a ver si así soy capaz de escribir zurriagos más constructivos, ya me entienden, que luego me echan en cara que soy un criticón. Por ejemplo, si veo a toda la patulea política en Fitur, en vez de pensar que están haciendo el paripé para salir en la foto porque todo el mundo sabe que aunque estés deseando venir a Huelva no hay forma de llegar porque llevan treinta años perdiendo el tiempo en Madrid y en Sevilla, me diré a mí mismo ‘vade retro, Satanás’ para centrarme en el hecho de que, bueno, al fin y al cabo están haciendo su trabajo con lo poco que tienen. O en lugar de salírseme los ojos de las órbitas viendo las monstruosas farolas bicolores del puente del Odiel, respiraré hondo y daré por buena cualquier mejora pese a que en cualquier otra ciudad sería un disparate. Me morderé la lengua con lo de Comas y callaré las risas que me dan algunos, omitiré mi opinión sobre los cortes de calles, sobre los cortes de tráfico, sobre los carriles bici, sobre los carriles con conos, sobre el patrimonio de boquilla, sobre las estatuas clónicas, sobre los que están siempre en todas partes, sobre los que no están nunca y deberían estar, sobre la mierda de mi acera, sobre la zona azul, sobre el centro de salud. Lo miraré todo con ojos de niño bueno, de hombre optimista, de tipo conforme. Así seré desde hoy durante 21 días, o lo que es lo mismo, tres zurriagos, y volveré, cual Ave Fénix, como un renacido onubense de pro, con la boca cerrada y la cabeza bien baja. O a lo mejor no.

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