Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Titanic

A un cumpleaños de Almudena Grandes se presentaron Joaquín Sabina y García Márquez

El 7 de mayo de 1518 faltaban quinientos años para que yo cumpliera 61. Por la presente están todos invitados a los fastos del quinto centenario de tan singular suceso. Yo no he tenido la suerte de Almudena Grandes, que cumple años el mismo día que yo -recuerdo aquel titular impagable que me regaló: "¿Y con Soledad Púertolas de qué habláis?", perpleja ante tanta pregunta sobre fútbol- y en una de sus fiestas de cumpleaños apareció Joaquín Sabina acompañado por Gabriel García Márquez. Todos tenemos nuestro Macondo y nuestra calle Melancolía. Mi padre cumplió los años que yo cumplo hoy el último día de 1986, el que se llevó a Borges y a Carande. Creo que aquella Nochevieja fue la única vez que lo vi llorar en mi vida. Mis padres habían hecho ese verano treinta años de casados.

Los 61 años de mi madre llegaron la víspera de la llegada del otoño de 1994. Esa primavera nació mi hija Carmen con efluvios bibliográficos de El embrujo de Shanghai de Juan Marsé y el verano de ese año me cogió el toro de cuerda de Grazalema mientras saludaba al hispanista Julian Pitt-Rivers, que seguía la escena en un balcón de la plaza. Mi padre y mi madre cumplieron los 61 en años de Mundial, el de México 86 que ganó Argentina y el de Estados Unidos 94 -la única final sin goles- que ganó Brasil. Pura doctrina Marshall. América para los americanos.

En este quinto centenario, a ellos les debo mi cumpleaños. Y a que más de un millón de personas, mitad hombres, mitad mujeres, calculando el decrecimiento exponencial del árbol genealógico hasta llegar al primer tercio del siglo XVI, se cruzaron en el azar de sus vidas, encontraron en el otro o la otra algo de su agrado, no pudo con ellos la peste ni las guerras ni los naufragios y llegaron en perfecto estado de revista a su particular granito de arena en el puzzle que es nuestra condición de agujas en pajar, de gloriosa chiripa. Para que luego tanto esfuerzo y prodigio se dilapide con las arteras armas del mal y sus diferentes epígonos: la vulgaridad, la grosería, la codicia.

Mi cumpleaños es el de Paco y Maruja, puntas del iceberg de mi Titanic biológico. Compartieron otros cuatro milagros en común. Sabina y García Márquez no estuvieron en mi cumpleaños, pero en la luna de miel la nuera de mis padres llevaba en el equipaje Las edades de Lulú de Almudena Grandes. Y El callejón de los milagros de Naguib Mahfuz. Un Nobel y una Sonrisa Vertical.

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