He leído la versión francesa de la última novela de Manuel Garrido Palacios, Touches blanches, touches noires, publicada por la editorial Le Soupirail, en una magnífica traducción -a mí me lo parece- al idioma galo de Marie-Claire Durand Guiziou y Jean-Marie Florés. Un nuevo libro traducido al francés como ya ocurrió con otra de sus más celebradas creaciones, El abandonario (2007), de la que yo escribía entonces que era y sigue siendo "una lectura notablemente gratificante, gozosa y emotiva, extraviada en una prosa embriagadora, sutil, magnificada por el sortilegio fascinante de las palabras compuestas por la musicalidad sublime de la inspiración". Este nuevo libro encabezado por una cita: "Si nous avons tous une histoire que nous racontons a nous-mémes…", de la novela del escritor sudafricano John Maxwell Coetzee, que firma J.M. Coetzee, La edad de hierro (1990), participa de esa misma prosa que caracteriza la narrativa del autor.

Amplia, dilatada y fructífera ha sido la trayectoria creativa de Manolo Garrido desde la música, la radio, la televisión, el cine y la literatura que ha ejercido con singular dedicación y brillantez. Ahí está el recuerdo de Raíces, un programa de indeleble expresión televisiva, que en el reportaje, el documental y la ficción -y en ello puedo probarlo como protagonista de algunos de sus trabajos-, ha dejado una ejecutoria notable. Miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española de Nueva York, Premio Nacional de Televisión, Harpa de Oro del Festival de Dublín, Premio Borges de la narración (1955) en Los Ángeles, ha recibido diversos premios y distinciones con muchos más de veinte títulos de su obra etnográfica -sus impagables El cancionero de Alosno (1996) y Diccionario de palabras de andar por casa: Huelva y provincia (2006), entre otras-, que prestigian con notable valor la diversidad de su prolífico bagaje creativo.

De la música en la inspiración también nos habla elocuentemente la novela que hoy nos ocupa, Teclas blancas, teclas negras. Conservando el estilo habitual del escritor y su manera de conjugar realismo, imaginación, poesía y humor, destella un contrapunto musical -la reiterada cita de Mozart, la jugosa musicalidad de una tarantela que hace vibrar la aldea- en la entidad de los personajes y en la propia historia que transcurre en Mambraseca, una pequeña población perdida entre las escorias de una mina abandonada avasallada por un ignominioso cacique. Todo el relato se desarrolla en el curso de una prosa perspicaz y un léxico sugerente entre la imaginación y la realidad desprendiendo un halo de amargura y tierna humanidad. Y esa fijación con el dicho popular al que tan dado es Manolo Garrido: "Sainte Barbe, soi bénie…", que se invoca cuando ruge la tormenta (la guerra al fondo). La voz perseverante de Fátima, la música de Balbina, destacando entre otros personajes, configuran una apasionante narración.

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