Revolución 4.0.

Detrás de titulares asombrosos hay un proceso imparable de transformación civilizatoria del que no tenemos casi idea

Me resultan muy sugerentes las noticias que leo sobre inteligencia artificial, biotecnología, nanorobots y esas innovaciones de lo que llaman la Cuarta Revolución industrial. Siendo tan ignorante en cuestiones de informática, física cuántica y alrededores, todos estos avances me suenan a escenarios de Blade Ranner. Detrás de titulares asombrosos hay un proceso imparable de transformación civilizatoria del que no tenemos casi idea, y que nos engulle cual torbellino de un tsunami que nada detendrá. Como en la tormenta, que va cargándose peligrosamente de energía por sí misma sin que nadie lo decida, son muchas las fuerzas que en este momento de la historia confluyen y se multiplican mutuamente.

Por eso, más allá de la curiosidad y el interés, me planteo si hay algo que esté en mi mano, en la de todos, para tomarnos en serio esta revolución que tiene que ver absolutamente con nosotros. La reacción no puede ser apocalíptica, en forma de absurda resistencia, ni tampoco el deslumbramiento acrítico, como ya ocurre con tantos seres cautivos en la caja de las redes sociales y entretenimientos diversos. Las innovaciones, además de facilitarnos mucho la vida, crean nuevas formas de relaciones sociales y diferentes relaciones con la naturaleza, con la Tierra como un todo. Pero también nuevos riesgos: la Inteligencia Artificial, en la que se invierten los esfuerzos científicos y tecnológicos más intensivos, plantea un debate ético y filosófico indispensable, referido al sobrepasamiento de lo humano que está en el origen de esta búsqueda singular.

Con este término, singularidad, se recogen los desafíos de esta revolución tecnológica, que bien pudiera significar una amenaza a la propia condición humana pero que también proyecta una visión positiva y prometedora. Estamos a las puertas de poder realizar el viejo sueño formulado por Marx de pasar del reino de la necesidad, de trabajar para sobrevivir, al reino de la libertad, donde todos podrían ser más plenamente humanos. El verdadero peligro es que todo esto ocurre en el marco de un sistema económico y cultural individualista, materialista, escasamente cooperativo y muchas veces cruel y despiadado, con los pobres y con la Tierra. Sabiendo de los inevitables conflictos, el futuro no será fruto de ningún algoritmo, sino de la capacidad de encontrar aliados, establecer redes, en un sentido u otro. Y ahí todos tenemos un papel. Abramos, pues, los ojos y los oídos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios