Vivimos una época de desorbitados protagonismos, de afanes desmesurados por salir en la foto, por ocupar primeros planos en la televisión, por aprovecharse de la situación de extrema debilidad, incertidumbre y desconcierto que vive la sociedad española, para erigirse en vocero de la opinión, en portavoz del criterio personal y de la razón interesada para argumentar, pontificar y dogmatizar en muchas ocasiones sin fundamentos ciertos para tal comportamiento. Y así políticos y sus adláteres, presentadores de programas, moderadores de tertulias y debates y sus propios participantes se instituyen en detentadores de criterios que nos abren las carnes, abusando con una deliberada verborrea, con una enloquecida locuacidad, con intervenciones y entrevistas vacías, huecas, retóricas, repetitivas e interminables, que en lugar de aclarar nuestra ideas, las confunden y desconciertan peligrosamente.

Y mientras escasean las declaraciones de los auténticos expertos, médicos y científicos sin compromisos políticos o administrativos, se prodigan ruedas de prensa a dúo, reiterativas, circunstanciales, donde sólo varían las cifras cada vez más alarmantes e interesadamente propagandistas como fue la descarada comparecencia -en cuarentena- del vicepresidente del Gobierno, Sr. Iglesias, convertida en mitin, erigido en autor de cuanto el Gobierno ha decretado, atacando al PP, que apoya al Gobierno, a la prensa y propalando en tono homilía que es lo suyo -sus habituales ramalazos colectivistas y totalitarios-, para que después su partido lanzara un vídeo en el que se mezclaba el coronavirus con el 11-M y la catástrofe del Prestige. Es asombrosa y delirante la enfermiza propensión que tienen estos populistas para instrumentalizar y manipular los temas a su antojo. En ocasiones tan complejas como la que vivimos el ciudadano merece un Gobierno diligente, ágil, honesto y sobre todo eficaz.

Y tras constatarse cada día con más certidumbre la falta de previsión, eficacia y responsabilidad del Gobierno ante la crisis planteada por el coronavirus, a pesar de las serias advertencias que se iniciaron a finales de enero -lo reconocía el ministro de Ciencia e Innovación, Sr. Duque en su comparecencia- y del riesgo de grandes aglomeraciones y manifestaciones, muchos, los paniaguados de costumbre y los corifeos del sistema, con su habitual oportunismo interesado, no sólo se enfadan cuando se les recuerda la evidencia sino que utilizan argumentos disuasorios como la cuestión del Rey, que ha servido para que desde instancias del propio Ejecutivo se amplificaran voces que amenazan a la institución monárquica, garantizada por nuestro orden constitucional. De momento en esta especie de arresto domiciliario, voy a revisar El Decamerón, la película de Pier Paolo Pasolini. Una original y muy personal visión de los cuentos de Bocaccio durante la peste que asoló Florencia en 1348. No es masoquismo, es arte.

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