Lo mismo podía haber titulado: Cine y Prensa. Pero hemos de respetar la precedencia. El éxito de la película Los archivos del Pentágono (2018), de Steven Spielberg, que durante largo tiempo ha figurado en primer lugar en la lista de los títulos preferidos por los críticos, con referencia unánimemente favorable desde su estreno, ha renovado esa vieja dicotomía entre periodismo y cinematografía que ha producido una filmografía abundante, significativa y relevante. Obligado es citar dos precedentes: Todos los hombres del presidente (1976), de Alan J. Pakula o El desafío: Frost contra Nixon (2008), de Ron Howard. Y todo ello a pesar de que la profesión no haya tenido las mejores apreciaciones en el género, donde más de una vez se ha repetido aquella vieja frase: "No le digas a mi madre que soy periodista, dile que toco el piano en un cabaret de mala nota". En tiempos más cercanos Arcadi Espada la llamaba "oficio de malvados".

No es posible iniciar cualquier antología -y no lo pretendo dada la obligada brevedad- sin citar un título sobresaliente y extraordinariamente distinguido en el ámbito del periodismo político o de investigación, figurando para muchos en el primer puesto de las grandes realizaciones del cine. Me refiero a Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles, que innovó y renovó sensiblemente la expresión cinematográfica. En ese sentido hay que destacar A sangre fría (1967), de Richard Brooks, basada en la novela de Truman Capote que supuso un paso decisivo en ese trance entre el periodismo y la literatura que su autor cultivó y se sustanció en otro film inolvidable, Truman Capote (2005), de Bennet Miller, que le valió a su protagonista, el gran actor británico Philip Seymour Hoffman diversos premios entre ellos el Oscar de Hollywood. La película se centraba en el trabajo investigador del genial escritor y periodista.

Críticas aceradas, corrosivas y demoledoras ha tenido el cine en las versiones sobre todo de la impagable Primera plana (1974), de Billy Wilder con Jack Lemon, Walter Mathau, Susan Sarandon y Carol Burnett (un cuarteto memorable), así como en las que realizaron en 1931 Lewis Milestone (Un gran reportaje), en 1940 Howard Hawks (Luna nueva) y en 1988 Ted Kotcheff (Interferencias). Pero las hay también de una crudeza implacable como El gran carnaval (1951), en la que el genial Billy Wilder se iniciaba en el tema con un gran Kirk Douglas como protagonista. En este aspecto y dentro de una cinematografía que siempre propende a la denuncia cuando no al claro alegato, destacaría El dilema (1999), de Michael Mann, para procesar a las tabacaleras que añadían sustancias adictivas a sus productos.

El western, género genuinamente estadounidense, ha dado incontables muestras del ejercicio periodístico en la historia del Oeste americano como lo han sido los cronistas bélicos en las distintas conflagraciones sufridas a lo largo del tiempo y de lo que fueron una buena muestra El año que vivimos peligrosamente (1982), de Peter Weir, Bajo el fuego (1983), de Roger Spottiswoode y Los gritos del silencio (1984), de Roland Joffé. Se confirmaba esa tendencia que exalta la personalidad del periodista que desafía al poder y trabaja en el filo de la navaja de la censura y la libertad de expresión. Lo denuncia el actor y director George Clooney en Buenas noches y buena suerte (2005) con un duelo famoso: el presentador de la CBS, Edward R. Murrow y el tristemente célebre senador Joseph McCarthy. También los medios de comunicación han sufrido un alegato despiadado como ocurría en Network (1976), del genial Sidney Lumet, ganadora de cuatro Oscar. Y en tono más escabroso recordaríamos Nightcrawler (2014), de Dan Gilroy.

Pero en la vieja memoria de las grandes películas sobre periodistas no podemos olvidar Juan Nadie (1941), de otro genio de la comedia, Frank Capra, con Gary Cooper y Barbara Stanwyck. El cuarto poder (1952), de Richard Brooks, con Humphrey Bogart; Mientras Nueva York duerme (1956), de otro gran innovador, Frtiz Lang, con un reparto espléndido: Dana Andrews, Rhonda Fleming, Georg Sanders, Ida Lupino y Vincent Price; Corredor sin retorno (1963), de Samuel Fuller: un periodista empeñado en conseguir el Premio Pulitzer. Más cercanas están Ausencia de malicia (1981), de Sidney Pollack, con Paul Newman y Sally Field sobre la presunción de inocencia; Al filo de la noticia (1987), de James L. Brooks; Detrás de la noticia (1994), de Ron Howard y El precio de la verdad (2003), de Billy Ray, premonición de las fake news.

Como periodista guardo un recuerdo especial de las películas que han tratado de la profesión, unas de manera más brillante. En general en la mayoría de los casos honraron el ejercicio periodístico. Spotlight (2015), de Thomas McCarthy, se alinea muy dignamente entre las mejores. Sobre todo porque refleja, entre otros aciertos éticos o estéticos puramente cinematográficos, ese difícil y complejo trabajo cotidiano honradamente desempeñado.

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