Pemán

La retirada del busto es otra prueba de la estela de rencor que está dejando la Ley de Memoria Histórica

En una tarde cualquiera a mediados del siglo pasado en el caserío familiar rodeado de pinos no muy lejos de la playa, el padre de familia aleccionaba a su numerosa prole con motivo de la inminente visita de un personaje de relevancia en la sociedad de la época: "Esta tarde vendrá a casa un señor muy importante, y quiero que os comportéis como es debido: No quiero ni jaleos, ni peleas ni discusiones…". Terminada la advertencia, los niños volvieron a sus rutinas infantiles de una jornada cualquiera de verano.

Se fue yendo la tarde soleada y apacible, con el sol rojizo buscando su resguardo allá por las últimas playas junto a la desembocadura del río, sin más novedad que la visita de un matrimonio sonriente que había llegado silencioso en un auto no más moderno que el suyo. Ya en la cena, todos sentados en la larga mesa del comedor con el padre en la cabecera, el más travieso de los varones preguntó: "¿Y ese señor que iba a venir, por qué no ha venido?". "Sí que ha estado. Es el que os saludó cuando entraba al salón acompañado de su mujer," contestó el padre. ¡Ah! Exclamó el niño, entre sorprendido y decepcionado. "¿Y ese era el señor tan importante? Ese mismo, no por falta de sencillez es uno más relevante".

Aquel hombre era, naturalmente, José María Pemán. Hace unos años leí una entrevista con Teodulfo Lagunero, catedrático de Derecho Mercantil y reconocido comunista de la época, en la que contaba una jugosa anécdota que él mismo vivió en persona: Con ocasión de la inauguración de cierta sede oficial, los invitados recorrían sus estancias cuando uno de ellos, típico hombrecillo del Régimen, reparó en la permanencia de algunas obras de Alberti en la elegante biblioteca. De inmediato, se dirigió al primer ujier conminándole a retirar tales libros. Pemán, que iba con la comitiva, se adelantó para decirle al sorprendido empleado: "Si lo hace, retire de paso también los míos". Lagunero le contó el detalle al poeta del Puerto en Roma, lo que sin duda contribuyó al abrazo entre dos intelectuales tan distintos que comentaba Luis Sánchez-Moliní aquí el lunes.

Si les cuento hoy estas historias es por la noticia de la retirada del busto de Pemán de su casa natal, hecho indigno que sólo se le puede ocurrir a quien no ve más allá de su propia mediocridad, y otra prueba más de la estela de rencor que nos viene dejando la malhadada Ley de Memoria Histórica.

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