Desde hace 130 años celebramos en España el día de la Hispanidad como Fiesta Nacional. Fue en el monasterio de Santa María de la Rábida donde se reunió aquel año el consejo de ministros de Cánovas del Castillo que planteó una ley que le daría a este día un carácter universal. Uno de los pretextos fundamentales fue el de difundir más allá de las fronteras la "cultura y lengua españolas", aprovechando la efemérides colombina; aunque no nos engañemos, en plena decadencia española solo fue un intento más para recuperar la idea nostálgica de un colonialismo español victorioso. Pero bueno, no quiero ir por ahí, quiero preguntarme si es posible celebrar un día de la Hispanidad alejado de lo rancio y convertirlo en algo realmente vertebrador.

Desde pequeño siempre he visto una celebración caracterizada en lo estético por un Madrid donde el cielo se tiñe de rojigualda, y donde las calles están tomadas por cientos de personas acuden entusiasmadas a la parada militar y a todo "lo español". Y en lo político, he de confesar que aunque intento observar equidistante el evento, solo dilucido una reivindicación de algo ya pasado, añejo, donde además son los grupos más conservadores quienes se apropian de la jornada. La izquierda, lo periférico y en general cualquier duda sobre la forma de nuestro Estado están en entredicho en ese desfile, y en el imaginario que representa, incluso olfateo el perfume de una cierta añoranza franquista; pero igual es más un prejuicio mío que otra cosa.

Aunque rehúyo de banderas y pasquines libertarios, soy bastante patriota, o al menos eso creo: siempre miro a mis vecinos con cariño y con compromiso, sobre todo a aquellos que peor lo pasan; he sufrido mucho con la barbarie del terrorismo etarra y yihadista; he salido a la calle cuando he visto injusticias; miro apenado las tensiones que se desencadenan en aquellos territorios donde hay mucha gente que no se piensa española; sueño con una España acogedora, grande en la defensa de los derechos universales, innovadora y ecológica. En definitiva, me siento parte de esta comunidad, de esta tierra en la que la luz nos curte de manera diferente. Mi identidad es profundamente hispana, sin lugar a dudas, y constato que a mi alrededor se acumulan patriotas honestos, que no se atreven a manipular con intencionalidad política su propia identidad. Creo por lo tanto, que ya somos suficientes para celebrar una fiesta nacional renovada, de patriotismo sin morrión

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